domingo, 25 de septiembre de 2011

EVANGELIO DOMINGO 25 DE SEPTIEMBRE. DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO

Texto del Evangelio (Mt 20,28-32): En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes: «¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Llegándose al primero, le dijo: ‘Hijo, vete hoy a trabajar en la viña’. Y él respondió: ‘No quiero’, pero después se arrepintió y fue. Llegándose al segundo, le dijo lo mismo. Y él respondió: ‘Voy, Señor’, y no fue.
»¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?». «El primero», le dicen. Díceles Jesús: «En verdad os digo que los publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros por camino de justicia, y no creísteis en Él, mientras que los publicanos y las rameras creyeron en Él. Y vosotros, ni viéndolo, os arrepentisteis después, para creer en Él».

«¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?»
Hoy, contemplamos al padre y dueño de la viña pidiendo a sus dos hijos: «Hijo, vete hoy a trabajar en la viña» (Mt 21,29). Uno dice “sí”, y no va. El otro dice “no”, y va. Ninguno de los dos mantiene la palabra dada.
Seguramente, el que dice “sí” y se queda en casa no pretende engañar a su padre. Será simplemente pereza, no sólo “pereza de hacer”, sino también de reflexionar. Su lema: “A mí, ¿qué me importa lo que dije ayer?”.
Al del “no”, sí que le importa lo que dijo ayer. Le remuerde aquel desaire con su padre. Del dolor arranca la valentía de rectificar. Corrige la palabra falsa con el hecho certero. “Errare, humanum est?”. Sí, pero más humano aún —y más concorde con la verdad interior grabada en nosotros— es rectificar. Aunque cuesta, porque significa humillarse, aplastar la soberbia y la vanidad. Alguna vez habremos vivido momentos así: corregir una decisión precipitada, un juicio temerario, una valoración injusta... Luego, un suspiro de alivio: —Gracias, Señor! 
«En verdad os digo que los publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al Reino de Dios» (Mt 21,31). San Juan Crisóstomo resalta la maestría psicológica del Señor ante esos “sumos sacerdotes”: «No les echa en cara directamente: ‘¿Por qué no habéis creído a Juan?’, sino que antes bien les confronta —lo que resulta mucho más punzante— con los publicanos y prostitutas. Así les reprocha con la fuerza patente de los hechos la malicia de un comportamiento marcado por respetos humanos y vanagloria».
Metidos ya en la escena, quizá echemos de menos la presencia de un tercer hijo, dado a las medias tintas, en cuyo talante nos sería más fácil reconocernos y pedir perdón, avergonzados. Nos lo inventamos —con permiso del Señor— y le oímos contestar al padre, con voz apagada: ‘Puede que sí, puede que no…’. Y hay quien dice haber oído el final: ‘Lo más probable es que a lo mejor quién sabe…’.

domingo, 4 de septiembre de 2011

TEMA DE REFLEXION PARA EL MES DE SEPTIEMBRE


LOS SACRAMENTOS DE LA INICIACIÓN CRISTIANA

El Bautismo (II)

Algunos consideran que con el Bautismo el hombre pierde su libertad, al no poder perder jamás su condición de hijo de Dios en Cristo. La realidad es otra, y queda claramente expresada en la segunda parte del n. 1272 del Catecismo.

"Este sello –el carácter- no es borrado por ningún pecado, aunque el pecado impida al Bautismo dar frutos de salvación". Es decir, el hombre nunca pierde la libertad en el plano de su actuar, y podrá, por tanto, oponerse no sólo a la acción de Dios sino también rechazar su realidad ante el mismo Dios y reafirmar, en definitiva, su propio yo delante y en oposición a Dios. Sencillamente, podrá paralizar toda posible acción de su propia persona. La obstinación en el pecado puede debilitar la voluntad del hombre, pero nunca le impedirá el ejercicio de su libertad. El mejor defensor de la libertad del hombre es Dios.
En definitiva, salvo casos patológicos, el hombre nunca deja de ser libre, aunque en su espíritu esté indeleble el carácter de hijo de Dios en Cristo Nuestro Señor.

Ya hemos señalado que la única vida que Dios nos impone es la vida humana, el ser criatura. Vida que, aun siendo recibida sin opción por nuestra parte de no aceptarla, no deja de ser un don divino, origen y fundamento de toda la grandeza humana.

La "vida sobrenatural", la realidad de ser nueva criatura, es también un don de Dios; en efecto, nos configura como “hijos suyos” y no nos deja indiferentes. Podemos, sin embargo, rechazarlo si, al ser conscientes del ofrecimiento que Dios nos hace, no deseamos aceptarlo, como es el caso de las personas no bautizadas en su infancia y que no aceptan recibir el Bautismo tampoco en su mayoría de edad.
Y, además, aun habiendo recibido el Bautismo en la infancia, está en nuestras manos la capacidad de hacer que la "participación en la naturaleza divina", que se nos concede, y que la acción de la gracia en nosotros que le sigue, sea eficaz o inoperante.

Una vez recibida la Gracia y aceptada, y abierto nuestro espíritu a su acción, la capacidad de ser hijos de Dios en Cristo toma cuerpo, y las potencias del hombre se abren hacia la santidad, hacia la unión con Dios, como hijos adoptivos, y echan raíces y se desarrollan en cada cristiano, en la libertad de cada cristiano, que se manifiesta expresamente en el deseo de amar a Dios y en el rechazo decidido al pecado.
San Pablo lo expresa con estas palabras: "Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace clamar: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados" (Rm 8, 14-17).

Hijos de Dios y miembros del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. La familia de todos los bautizados, que formamos todos y estamos llamados a ir construyendo espiritualmente a lo largo de nuestra vida, somos “linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2, 9).

“Los bautizados, por su nuevo nacimiento como hijos de Dios, están obligados a confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios por medio de la Iglesia, y a participar en la actividad apostólica y misionera del Pueblo de Dios” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1270).

* * * * * *

Cuestionario


  • ¿Soy consciente de que estoy ejercitando mi libertad plena de hijo de Dios, cuando me arrodillo ante la Eucaristía y adoro?
  • ¿Tengo la alegría de dar un testimonio de Fe, viviendo mi vocación de Adorador Eucarístico?
  • Cuando saludo al Señor en el Sagrario, ¿rezo por el Santo Padre y por toda la Iglesia?


EVANGELIO DOMINGO 4 DE SEPTIEMBRE. DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO


Evangelio: “Si te hace caso, has salvado a tu hermano”

Lectura del santo evangelio según san Mateo 18, 15-20

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

-«Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un gentil o un publicano.

Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.

Os aseguro, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.»