SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI
Sevilla, Catedral, 23, VI, 2011
1. "Dogma datur christianis, quod in carnem transit panis, et vinum in sanguinem". Con estas palabras de la secuencia de la fiesta del Santísimo Corpus Christi, que escribiera Santo Tomás en el año 1263, la Iglesia proclama en esta solemnidad que es un dogma cierto para los cristianos que en la celebración de la Eucaristía el pan se convierte en la carne y el vino en la sangre del Señor. En esta mañana, en esta singular cita de fe y de alabanza que es la fiesta del Corpus Christi en la ciudad de Sevilla, también nosotros proclamamos con gran alegría espiritual este misterio esencial de nuestra fe, corazón de la Iglesia. Los orígenes de esta solemnidad se remontan a la mitad del siglo XIII. Las ciudades de Lieja y Bolsena fueron las primeras en celebrarla, mientras al Papa Urbano IV le cabe el honor de haberla extendido a toda la cristiandad en el año 1264. Su finalidad fue reafirmar abiertamente la fe del pueblo de Dios en Jesucristo vivo y realmente presente en el santísimo sacramento de la Eucaristía, verdad puesta en duda o simplemente negada por algunas herejías medievales. Nace así esta fiesta, que a todos nos invita a proclamar el misterio, a redoblar la admiración ante el prodigio de la transustanciación, a adorar y agradecer públicamente al Señor, que en el Sacramento eucarístico sigue amándonos hasta el extremo, hasta entregarnos su cuerpo y sangre como don precioso.
3. La celebración eucarística de esta mañana nos remite al clima espiritual del Jueves santo, día en que Cristo instituye la santísima Eucaristía. En realidad, este don inconmensurable e inaudito, que los Apóstoles reciben en la intimidad de la última Cena, estaba destinado a los hombres y mujeres de todos los tiempos. Por ello, para que todos lo contemplen y se sientan atraídos hacia Él, en esta mañana proclamamos a plena luz, en el bellísimo entramado urbano de la ciudad de Sevilla, cuanto Jesús dijo e hizo en la intimidad del Cenáculo (Mt 10,27). Cristo va a volver a recorrer nuestras calles, ofreciendo a los hijos e hijas de nuestra ciudad la vida inmortal, el amor, el sentido para sus vidas y la alegría. Cristo va a caminar por nuestras calles, como caminaba por los caminos polvorientos de Palestina. Va a caminar por donde nosotros caminamos, junto a las casas en las que nosotros vivimos, para que hoy como entonces cure a los enfermos, devuelva la vista a los ciegos, consuele a los tristes y todos quedemos convertidos y renovados por la fuerza de su amor.
4. Caminemos con Él, alegres por tenerlo a nuestro lado y sostenidos por la esperanza de poderlo contemplar un día cara a cara en la gloria celestial. Aclamémosle como el Hijo único de Dios, principio y fin de todo lo que existe, luz de las gentes, camino, verdad y vida de los hombres, amor de los amores, fuerza de salvación para todo el que cree, oferta para todos de paz, de amor y de vida inmortal. Digámosle que le agradecemos que haya querido revestirse de nuestra humanidad para ser vecino nuestro, compañero de peregrinación, apoyo de nuestra debilidad y alimento de nuestras almas. Mostrémosle a nuestros conciudadanos, sin pudor y sin complejos, como el auténtico tesoro de la Iglesia, como el pan que rejuvenece, renueva y fortalece nuestras almas, pues en Él recibimos la vida de Dios hasta la hartura.
5. En el corazón de la secuencia, con gran belleza literaria, Santo Tomás escribe estos versos hermosísimos: "Ecce panis angelorum, factus cibus viatorum: vere panis filiorum", "He aquí el pan de los ángeles, el pan de los peregrinos, el verdadero pan de los hijos". La Eucaristía es el alimento de quienes en el bautismo hemos sido liberados de la esclavitud y engendrados como hijos de Dios. Como el maná que permite subsistir al pueblo de Israel en su peregrinación por el desierto hacia la tierra prometida, la Eucaristía es para nosotros los cristianos el alimento que nos sostiene mientras atravesamos el desierto de este mundo, un mundo dominado por una cultura que no promueve la vida, sino que más bien la humilla; un mundo donde domina la lógica del poder y del dinero, más que la del servicio y del amor; un mundo donde triunfa la cultura de la muerte, las guerras, el terrorismo y las agresiones contra la vida no nacida o en su ocaso. En esta mañana, Jesús sale a nuestro encuentro y nos infunde seguridad: Él mismo es "el pan de vida" (Jn 6,35.48). Él nos dice hoy una vez más: "Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Quien come de este pan, vivirá para siempre" (Jn 6,51).
6. En el pasaje evangélico de la multiplicación de los panes, anuncio explícito de la Eucaristía, nos asegura San Lucas que después de obrado el prodigio, "comieron todos hasta saciarse” (Lc 9,11-17). El evangelista subraya la palabra "todos". Y es que la Eucaristía es para todos. Ella es el sustento y alimento, que hoy necesitamos más que nunca para vivir fiel y santamente nuestra vocación cristiana. Sin la Eucaristía, recibida con frecuencia y con las debidas disposiciones, ni los sacerdotes, ni los consagrados, ni los laicos podremos vivir nuestra fe y nuestros compromisos con coraje y valentía. Sin ella nos faltarían las fuerzas para mantener la esperanza, para afrontar las dificultades del camino, para luchar contra el mal, para no sucumbir ante los ídolos y las seducciones del mundo, para seguir al Señor con entusiasmo, ofrecerle la vida, confesarle delante de los hombres (Mt 10,32-33), servir, amar y perdonar, incluso a los enemigos.
7. San Lucas destaca además otro detalle: en el relato de la multiplicación de los panes, el Señor nos invita al compromiso, cuando después de compadecerse de la muchedumbre dice a los Apóstoles: “Dadles vosotros de comer”. Comentando este pasaje nos dice el Papa Benedicto XVI que el prodigio que tiene lugar a la vista de los discípulos no parte de cero, sino de la contribución modesta del muchacho que entrega cinco panes y dos peces, una aportación humilde pero necesaria, que el Señor transforma en don de amor para todos. Y es que la participación en la Eucaristía, queridos hermanos y hermanas, nos impulsa a compartir. “Porque el pan es uno –nos acaba de decir San Pablo- somos muchos un solo cuerpo todos los que nos alimentamos de este único pan”. Como escribiera San Agustín, la Eucaristía es sacramento de piedad, signo de unidad y vínculo de caridad. Por ello, no es una casualidad que la Iglesia en España celebre en este día la Jornada de Caritas, el día de la caridad. Como escribió el Santo Padre Benedicto XVI en la exhortación apostólica Sacramentum caritatis, la Eucaristía es una llamada a la santidad y a la entrega de sí a los hermanos, pues "la vocación de cada uno de nosotros consiste en ser, junto con Jesús, pan partido para la vida del mundo" (88).
8. Como he escrito en mi carta pastoral de esta semana, los tres últimos años están siendo especialmente duro para los pobres, los parados, los inmigrantes, los sin techo, y para cientos de familias que sufren las consecuencias de la grave crisis económica que padecemos, con sus secuelas de enfermedades mentales, depresiones y trastornos psíquicos, como reflejaba ayer mismo la prensa al darnos cuenta de un reciente informe de Caritas. Sus técnicos, sus voluntarios y los párrocos no dan abasto para ayudar a quienes solicitan alimentos o dinero para pagar la hipoteca, el alquiler de su vivienda, los recibos de la luz y del agua. Estamos ante una verdadera emergencia social, que genera dolor, desesperanza, múltiples sufrimientos y frustración, que afecta también al personal de Caritas y a los sacerdotes, que no pueden dar la respuesta que desearían porque los recursos escasean. Nuestra participación en la Eucaristía exige de nosotros, hoy más que nunca, signos de perdón y de reconciliación, signos de fraternidad, un género de vida más austero, por solidaridad con los que nada tienen y para poder compartir con ellos no sólo lo que nos sobra, sino incluso lo necesario. Os invito, pues a ser generosos en la colecta de esta eucaristía, destinada a Caritas.
9. Instantes antes de renovar sobre el altar el sacrificio de la cruz, instantes antes de hacerse presente en medio de nosotros, Jesús nos recuerda a todos sus propias palabras en el Apocalipsis: "Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos” 20). En la solemnidad del Corpus Christi, el Señor llama a la puerta de nuestra casa y nos pide entrar no sólo hoy, sino siempre. Lo acogemos con alegría dirigiéndole las palabras finales de la secuencia: “Bone pastor, panis vere, Iesu, nostri miserere: Tu nos pasce, nos tuere, Tu nos bona fac videre in terra viventium.Tu qui cuncta scis et vales, qui nos pascis hic mortales: tuos ibi commensales, coheredes et sodales fac sanctorum civium. Amen. Alleluia”. "Buen pastor, pan verdadero, oh Jesús, ten piedad de nosotros. Aliméntanos, defiéndenos, haznos ver el bien en esta tierra. Tú que todo lo sabes y lo puedes, que nos alimentas en esta vida, lleva a tus hermanos a la mesa del cielo, en la gloria de tus santos. Amén”.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
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