sábado, 4 de febrero de 2012

TEMA DE REFLEXION PARA EL MES DE FEBRERO


La Penitencia (II).- Actos del penitente

“Los elementos esenciales del sacramento de la Reconciliación son dos: los actos que lleva a cabo el hombre, que se convierte bajo la acción del Espíritu Santo, y la absolución del sacerdote que concede el perdón en nombre de Cristo” (Compendio, n. 302).

Los actos propios del penitente, en los que expresa su voluntad y libertad de reconocer su pecado, arrepentirse y pedir perdón son:
-el examen de conciencia; la contrición o arrepentimiento; la confesión de los pecados; el propósito de la enmienda; y cumplir la penitencia o satisfacción.
En primer lugar, el pecado es, ante todo, ofensa a Dios, ruptura de la comunión con Él. Al mismo tiempo, atenta contra la comunión en la Iglesia. Por eso la conversión implica, a la vez, el perdón de Dios y la reconciliación con la Iglesia.

Con sus actos, el penitente manifiesta primero, el reconocimiento de su pecado, de que ha hecho algo mal, y para ese reconocimiento siempre se requiere humildad. El penitente examina su conciencia para entender mejor contra qué mandamiento de la ley de Dios, de la Iglesia ha actuado, y ser así más consciente de la maldad, más grave o más leve, del acto cometido.

En segundo lugar, el penitente vive la contrición de corazón; le duele haber realizado esos hechos, y quiere expresar el dolor y la pena por haber ofendido a Dios y al prójimo y haberse ofendido a sí mismo, y se arrepiente de haberlo hecho. El arrepentimiento es una acción del hombre que manifiesta una profunda madurez psíquica, una claridad de mente, y una libertad que no quiere ser ni dominada ni condicionada por el mal.

En tercer lugar, al acercarse a confesar sus pecados, el pecador desea abrir su corazón, su alma, su boca. Sabe que no le basta dirigirse a Dios desde el fondo del corazón, sino que, quiere también, en secreto, decir sus pecados al sacerdote, que en ese momento es el mismo Jesucristo, y convencerse de que, efectivamente, ha pedido perdón. Si alguien ofende a su madre, no le basta reconocer en su interior que ha hecho mal a la persona que lo engendró a la vida. Necesita acudir a su madre, pedirle perdón en persona, cara a cara, y con toda sinceridad.
“Por la confesión, el hombre se enfrenta a los pecados de que se siente culpable; asume su responsabilidad y, por ello, se abre de nuevo a Dios y a la comunión de la Iglesia con el fin de hacer posible un nuevo futuro” (Catecismo, n. 1455).

En cuarto lugar, y como fruto de esa conversión al bien, que lleva consigo el rechazo del mal, el penitente decide no volver a caer en el pecado. No volver a hacer el mal: no volver a robar, no volver a blasfemar, no volver a adulterar, no volver a odiar, no volver a abandonar el culto a Dios, etc. Sabe, a la vez, que como es débil y frágil, puede cometer de nuevo esos mismos pecados de los que ahora se arrepiente; pero reafirma, con su gesto y en lo hondo de su espíritu, el decidido propósito de no volver a hacerlo.

Y, por último, el penitente expresa la voluntad, el deseo arraigado, de cumplir la penitencia que le fuera impuesta, y que siempre busca el bien personal del arrepentido.. Una limosna, una oración, un pequeño acto que suponga un cierto esfuerzo. “Puede consistir en la oración, en ofrendas, en obras de misericordia, servicios al prójimo, privaciones voluntarias, sacrificios y, sobre todo, la aceptación paciente de la cruz que debemos llevar” (Catecismo, n. 1460).

La penitencia, en resumen, es una invitación a manifestar de alguna forma el deseo de amar más a Cristo, a la Virgen. La penitencia, en definitiva, invita al penitente a “ahogar el mal en abundancia de bien”.

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Cuestionario


  • ¿Soy siempre sincero al decir mis pecados al confesor; consciente de que los digo al mismo Jesucristo?
  • ¿Soy sincero conmigo mismo y reconozco mi culpa al pecar, sin justificar mi mala acción por las circunstancias y situaciones externas?
  • ¿Cumplo enseguida la penitencia que me ha indicado el sacerdote, y lo hago con agradecimiento a Dios por el perdón de mis pecados?


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