Carta con motivo de la XLIX Jornada
Mundial de Oración por las Vocaciones (29-IV-2012)
Queridos hermanos y hermanas:
El domingo IV de Pascua que hoy celebramos es conocido
como el domingo del Buen Pastor. El evangelio de hoy nos presenta a Jesucristo
como el heredero del amor paternal con que Dios mismo guiaba en el Antiguo
Testamento al pueblo de su elección. Jesús, en efecto, es el Buen Pastor, que
llama y reúne a sus ovejas, las conoce por su nombre, las cuida, guía y conduce
a frescos pastizales; que busca a la oveja perdida y que en su inmolación
pascual da la vida por sus ovejas. La alegoría del Buen Pastor encontró en las
primeras comunidades cristianas una acogida entusiasta. Entró en la iconografía
de las catacumbas y de las primeras basílicas bajo la figura del pastor que
cuida con abnegación a su rebaño y lleva sobre sus hombros a la más débil de
sus ovejas. Los Santos Padres acogieron también cálidamente esta imagen para
presentar a Cristo como el guardián de la Iglesia, rabadán del rebaño y modelo
de pastores.
En este contexto litúrgico, celebramos además la XLIX
Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones bajo el lema "Las vocaciones
don de la caridad de Dios”. En ella se nos recuerda un año más que en la tarea
salvadora, que tiene como fuente el misterio pascual, el Señor necesita
colaboradores para cumplir la misión recibida del Padre y que Él confió a sus Apóstoles.
A través de humildes instrumentos humanos, el Señor ha de seguir predicando,
enseñando, perdonando los pecados, acogiendo a todos, sanando y santificando.
Son las distintas vocaciones que el Espíritu suscita en su Iglesia para seguir
a Jesucristo, Buen Pastor, viviendo como Él en castidad, pobreza y obediencia,
al servicio del Pueblo santo de Dios.
Es ésta una Jornada para dar gracias al Señor por la
vida de tantos hombres y mujeres que en la Iglesia universal y en nuestra
Archidiócesis, en el ministerio sacerdotal, en la oración y el silencio del
claustro, en el servicio a los pobres y marginados, en el acompañamiento a los
enfermos y ancianos, en la dedicación a la enseñanza y a la formación de los
jóvenes, están gastando generosamente su vida al servicio de Dios y de sus
hermanos. Os invito a dar gracias a Dios muy especialmente por el don que
supone para la Iglesia la vida oculta y aparentemente inútil a los ojos del
mundo, pero preciosa a los ojos de Dios, de nuestros hermanos y hermanas contemplativos,
que inmolan su vida por amor al Señor y para su gloria y que son un torrente de
gracia para todos nosotros.
Demos gracias a Dios por la vida y el testimonio de
todos ellos. Es formidable la riqueza que para la comunidad eclesial constituye
la vida consagrada en sus distintos carismas. Que en este domingo y siempre les
acompañemos con nuestro afecto y nuestra oración para que sean siempre fieles y
el Señor les conceda muchas y santas vocaciones que perpetúen la historia
luminosa de sus institutos para gloria de Dios y bien de la Iglesia.
Porque las vocaciones, como afirma el lema de la
Jornada de este año, son un “don de la caridad de Dios", invito a todos
los fieles de la Archidiócesis a pedir insistentemente cada día “al Dueño de la
mies que envíe obreros a su mies”. Pido a los sacerdotes y religiosos que
celebren en este domingo algún acto especial de oración por las vocaciones ante
el Santísimo Sacramento. Os invito, queridos fieles de la Archidiócesis, a
implicaros en la pastoral de las vocaciones, que es tarea de toda la comunidad
cristiana, de los sacerdotes, consagrados, catequistas, padres y madres de
familia, educadores y profesores de Religión. Dirijo ahora mi palabra a los
niños, adolescentes y jóvenes. Os necesita nuestra Iglesia diocesana, pero,
sobre todo, os necesita el Señor. Sí, queridos chicos y chicas de nuestra
Archidiócesis: Cristo os necesita para seguir cumpliendo en el mundo su misión
salvadora, para anunciar su Palabra, santificar a los hombres a través de los
sacramentos, perdonar los pecados, enseñar a los ignorantes, servir a los
pobres, consolar a los tristes, acompañar a quienes se sienten solos y
abandonados, curar sus heridas físicas y morales y mostrar al Señor a todos
como único camino, verdad y vida del mundo.
La Iglesia necesita hoy más que nunca jóvenes alegres,
limpios, valientes y generosos dispuestos a entregar su vida al Señor al
servicio del Evangelio y de sus hermanos. Os recuerdo unas palabras que os dejó
escritas el Beato Juan Pablo II, el Papa de los jóvenes, pocos días antes de su
muerte: “Confiad en Jesús, escuchad sus enseñanzas, mirad su rostro, perseverad
en la escucha de su Palabra. Dejad que sea Él quien oriente vuestras búsquedas
y aspiraciones, vuestros ideales y los anhelos de vuestro corazón”.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
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