jueves, 21 de febrero de 2013

CAMBIAR YO PARA QUE CAMBIE EL MUNDO


Queridos amigos, en la reflexión de la semana pasada os exhortaba a vivir con intensidad la cuaresma, una cuaresma que ha de llevarnos a la pascua, a vivir intensamente el misterio de la resurrección del Señor. La cuaresma no es meta, es camino, no tendría sentido la cuaresma sin la fiesta y el gozo de la pascua. La cuaresma ha de llevarnos a cambiar en nosotros esas cosas que hacen que sufran los demás y que incluso hacen que nosotros suframos. Es curioso observar como siempre queremos que cambien los demás, me sorprendo a veces diciendo “si cambiase mi amigo, o mi hermana, o la gente, o mi madre, o…”, pero pocas veces me digo

“¡ si cambiase yo!”. Hay un cuento que leo con frecuencia y que me gustaría compartir con vosotros:

"De joven yo era un revolucionario y mi oración consistía en decir a Dios: 'Señor, dame fuerzas para cambiar el mundo'.

A medida que fui haciéndome adulto y caí en la cuenta de que me había pasado media vida sin haber logrado cambiar a una sola alma, transformé mi oración y comencé a decir: 'Señor, dame la gracia de transformar a cuantos entran en contacto conmigo. Aunque sólo sea a mi familia y a mis amigos. Con eso me doy por satisfecho'.

Ahora, que soy un viejo y tengo los días contados, he empezado a comprender lo estúpido que he sido. Mi única oración es la siguiente: 'Señor, dame la gracia de cambiarme a mi mismo'. Si yo hubiera orado de este modo desde el principio, no habría malgastado mi vida."

Decía Benedicto XVI que la originalidad del mensaje cristiano no consiste directamente en la afirmación de la necesidad de un cambio de estructuras, sino en la insistencia de la conversión del hombre, que exige luego este cambio. No tendremos una sociedad nueva, con nuevas y renovadas estructuras hasta que no seamos capaces de ir cambiando nuestras pequeñeces, nuestras miserias, nuestros apegos, nuestras incoherencias. El mundo cambiará cuando yo sea capaz de ir cambiando. Os invito a que miremos fijamente a Jesús y le preguntemos ¿ Señor qué deseas que cambie de mí?

Termino mi reflexión de esta semana con esta oración que me ayuda a meditar:

“Señor, quiero convertirme para que el centro de mi vida sea Tú, sólo Tú, mi Dios y Señor. Dame fuerzas para olvidarme de mis cosas y pensar menos en mí.

Señor quiero ocuparme sólo de Ti y extender tu Reino a los demás.

Señor, quiero dejar de lado mi vida y mis intereses egoístas para interesarme por Ti y servir en lo que pueda a los demás.

Señor, conviérteme a tu Palabra, a tu presencia. Así dejarán de sonar vacías mis palabras, mis trabajos y mis realizaciones.

Señor quiero convertirme más a ti, dejar mis caminos y mis juicios humanos y empezar a caminar por tus Caminos.

Señor, quiero convertirme día a día, más a Ti en los pequeños detalles que constituyen mi trabajo diario.

Señor, quiero convertirme. Yo solo no puedo. Tanto lo he intentado y siempre vuelvo a quedarme encerrado en mí.

Señor, quiero convertirme. Sal a mi encuentro, alienta mi esfuerzo, acoge mis pasos vacilantes.

Señor, ayúdame a empezar cada día, sin desanimarme por la debilidad de ayer. Hoy es un día nuevo, sin estrenar y quiero convertirme a Tí.

Señor, ayúdame a convertirme. Que sienta en mi corazón tu Espíritu como una luz que ilumina mi camino hacia Ti y que me impulsa con el calor de su amor.

Señor, conviérteme. Sé Tú mi descanso, mi sueño, mi amanecer de cada día, amén”



Buena semana a todos y, como siempre, gracias por estar ahí. No tengáis miedo.



Adrián Sanabria. Vicario Episcopal para la Nueva Evangelización.

El Año de la Fe "es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo" (Porta Fidei, 6). Se inicia el 11 de octubre de 2012 y terminará el 24 de noviembre de 2013. El 11 de octubre coinciden dos aniversarios: el 50 aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II y el 20 aniversario de la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica. La clausura, el 24 de noviembre, será la solemnidad de Cristo Rey.











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