Queridos hermanos y hermanas:
Acabamos de comenzar el mes de octubre, mes del Rosario. En los últimos decenios ha crecido el número de laicos que han descubierto la riqueza espiritual de la Liturgia de las Horas. Dios quiera que la oración de la Iglesia vaya adquiriendo rango de ciudadanía en la vida de nuestros fieles. Pero al mismo tiempo que ha ido creciendo el aprecio por el Oficio divino en muchos ambientes, ha ido desvaneciéndose la costumbre de rezar el Rosario, tal vez por el hecho de ser una devoción que no tiene rango de oración oficial de la Iglesia. No faltan incluso quienes califican el Rosario como una devoción marginal, infantil e impropia de espíritus maduros.
Convencido de que esta es una actitud equivocada, en los comienzos del mes del Rosario, quiero invitaros a todos, sacerdotes, consagrados y laicos, a recuperar esta devoción si la habéis abandonado. El rezo diario del Rosario manifiesta nuestra convicción de que la Santísima Virgen es nuestra madre en el orden de la gracia. Ella ocupa un papel del todo especial en el misterio de Cristo y de la Iglesia, como medianera que es de todas las gracias necesarias para nuestra fidelidad. Por ello, debe ocupar un puesto de privilegio en nuestro corazón y en nuestra vida cristiana. Rezar el Rosario es una expresión cabal de amor a Nuestra Señora y de la necesidad que sentimos de encontrarnos con ella en cada jornada. No deberíamos acostarnos tranquilos si un día, sin una causa grave, olvidamos este detalle filial. Como nos ha dicho el Papa Benedicto XVI, “si la Eucaristía es para el cristiano el centro de la jornada, el Rosario contribuye de manera privilegiada a dilatar la comunión con Cristo, y enseña a vivir manteniendo fija en Él la mirada del corazón para irradiar sobre todos y sobre todo su amor misericordioso”.
El rezo del Rosario está al alcance de cualquier cristiano, jóvenes y mayores, cultos y menos cultos, virtuosos o tibios. No exige lugares especiales, ni libros litúrgicos, ni la preparación que requieren los actos de culto. Se puede rezar paseando, en el coche, en el autobús o en las noches de vela. Por ello, es la oración por excelencia de los ancianos y enfermos, de los humildes y sencillos.
El Rosario es una devoción llena de riqueza espiritual pues proporciona muchos bienes a quienes la practican. El rezo del Rosario, con la recitación repetida de las avemarías, nos permite tener unos minutos de oración sobria y profunda al mismo tiempo.
El rezo del Rosario serena el espíritu y lo pone en sintonía con los misterios principales de la vida del Señor. Efectivamente, contemplando los misterios de gozo, de luz, de dolor y de gloria, revivimos los hitos más significativos de la historia de nuestra salvación y recorremos las diversas etapas de la vida y misión de Cristo. Lo hacemos de la mano y en comunión con María, y entonces entramos en la “onda” de Jesús y adquirimos una especie de connaturalidad o afinidad con las fuentes de nuestra fe, con la vida admirable del Señor y con las disposiciones espirituales de la Virgen.
Hasta hace unas décadas, muchas familias cristianas terminaban la jornada con el rezo del Rosario. Hoy esa costumbre prácticamente ha desaparecido. No me parece un despropósito invitaros a recuperarla. La familia crecerá en unidad y cohesión, en paz, esperanza y alegría. Invito a los sacerdotes a que se rece en las parroquias antes de la celebración vespertina de la Eucaristía y a procurar que en aquellas en las que Santa Misa no puede celebrarse diariamente, sean los propios fieles quienes abran el templo y dirijan el rezo del Rosario.
En la exhortación apostólica Rosarium Virginis Mariae, el Papa Juan Pablo II nos recomendaba leer un texto del Nuevo Testamento al comienzo de cada misterio, relacionado con la escena contemplada. Para vencer la monotonía y la rutina y acrecentar la atención, puede ser bueno también poner una intención a cada decena. Os sugiero algunas hoy prioritarias: la santidad de los sacerdotes y consagrados, la fidelidad de los esposos y su compromiso en la educación en la fe de sus hijos, el aumento de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, la Nueva Evangelización y las misiones, las necesidades materiales o espirituales de nuestros familiares y amigos, la paz en el mundo y el final de toda violencia, especialmente la que se produce en el seno del hogar, el presente y el futuro de nuestra Patria, los pobres, enfermos y moribundos, el establecimiento de la justicia en el mundo y la superación de las desigualdades entre los hemisferios…
Estoy convencido de que rezo del Rosario no nos aleja de nuestro compromiso en la construcción de un mundo más justo y fraterno. Sólo la oración robustece el espíritu y sólo los espíritus fuertes pueden construir la nueva civilización del amor.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
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