Decía hace unos días nuestro Obispo Auxiliar, en el encuentro del Consejo Local de Hermandades de la Archidiócesis, que las Hermandades y Cofradías “ deben mantener la libertad y la identidad ante todo intento de manipulación de la piedad popular”, al tiempo que “alentaba a practicar una sana separación de las instituciones políticas”.
Y no es vana la advertencia o, quizás, el recordatorio, pues todos recordamos los intentos de presentar nuestra Semana Santa como “Fiestas Primaverales”, omitiendo cualquier referencia el hecho religioso. Así también, hemos vivido los intentos de presentar la piedad popular bajo el prisma de una cultura popular, sin ninguna vinculación con las raíces cristianas en las que se apoya. Por tanto, sólo cabe aceptar esta recomendación como aliento para mantener nuestra Fe y nuestras Tradiciones.
Otro aspecto de su alocución podría no estar tan claro. Nos referimos a la “sana separación de las instituciones políticas”, pues si, de un lado es bien cierto que las Hermandades, como tales, no deben intervenir ni mezclarse con la política (como, en reiteradas ocasiones, hemos dejado constancia en algunos de los trabajos de este Foro), los miembros de las Hermandades, a título personal y en su calidad de cristianos comprometidos, sí tienen el deber de intervenir en la política. Y a ese aspecto nos referimos al indicar que “podría no estar tan claro”. Nuestra Sociedad, cada vez más compleja, en los momentos actuales y al igual que la mayoría de las Instituciones, está ampliamente politizada, y, obviamente, las decisiones políticas van conformando, unas veces para bien y otras para mal, la Sociedad en la que vivimos y nos movemos. Y, entendemos, que una de las causas que más han influido en la actual situación es la Educación, de cuya situación se habla, se discute y se debate en numerosos Foros de Opinión, sin que se ponga remedio. Posiblemente, además de los perniciosos efectos de la LOGSE, el origen de la actual situación radicó en aquella decisión, aparentemente inane, de imponer el tuteo a todos los niveles, con la fútil excusa de que esa práctica generaría confianza.
Fueron muchas las voces que se levantaron advirtiendo que esa práctica no llevaría más que a una falta de respeto, en primer lugar, a las personas y, por ende, a las cosas, en general. Y así, hemos llegado a la ausencia de respeto a padres, profesores, personas mayores, autoridades… Y esto, unido a la auténtica desautorización de padres y profesores para imponer disciplina, dentro de los límites que aconseja una correcta formación y educación, han hecho realidad una Sociedad amargada y una juventud que, a fuerza de recordarle sus derechos (algunos de ellos, totalmente absurdos) sin apuntar ni tan siquiera que, a cada derecho le corresponde un deber u obligación, no acepta directrices, ni estímulos, ni orientaciones, ni consejos.
La Escuela, que siempre ha sido un firme bastión, junto con la Familia, para la formación integral de todas las personas, se ha rendido a las decisiones políticas, por motivos, sicarios, por motivos económicos o por el estricto cumplimiento de la Ley. Esta situación unida al desconocimiento de la Historia, de la Filosofía, de las Humanidades en general, nos ha conducido a la situación que padecemos.
Pero nos quedaba la Familia. Y a ella se han dirigido los últimos ataques con decisiones políticas que, no sólo han minado la estabilidad familiar, sino que, prácticamente, están causando verdaderos destrozos en su genuina y natural composición. Si a esto le unimos el anterior comentario sobre la falta de respeto, nos encontramos con un cuadro que, verdaderamente, causa pavor. Y, paradójicamente, nos preguntamos, ¿cómo es posible, que en una Sociedad que se declara católica en un 80%, hayamos, en unos casos, consentido, y en otras, apoyado con nuestros votos en los estamentos correspondientes, estas decisiones? ¿Cuántos “cristianos comprometidos” pertenecientes a Hermandades de uno u otro tipo han sido actores necesarios para llevar a cabo estas actuaciones? ¿Es que no han sido capaces de pensar por sí mismos sobre las consecuencias de esas decisiones? ¿Cuántos padres penan hoy vejaciones, malos tratos y una cuasi esclavitud de sus propios hijos? ¿Es labor de las Hermandades y, por ende, de sus miembros, trabajar de manera positiva en la recuperación de los perdidos valores familiares y cuya tradición se remonta a épocas muy, muy remotas? ¿Cuántos jóvenes, y no tan jóvenes, pues la LOGSE va a cumplir 40 años, en la situación de paro y ruina que padecemos han vuelto sus ojos a la Familia, a la que no ha mucho, tal vez, han despreciado, y han sido acogidos, salvándose del hambre física?
Son preguntas qué deberíamos hacernos. Y meditar nuestra postura sobre ellas.
Por tanto, sin menoscabo de que nuestras Hermandades se sigan ocupando de los menesteres y labores tradicionales (en todas existen miembros de Juntas de Gobierno más que suficiente para ello) deben, dadas las circunstancias, seguir participando activamente en la resolución o ayuda de las graves necesidades derivadas de la situación del paro. Pero también deben insistir en la necesidad de una auténtica Formación, comenzando con la piedra angular que debe volver a ser la Familia. Y esa labor, ni puede ni debe ser, exclusivamente, de las Hermandades, como conjunto social (aunque sí de una eficaz orientación, ánimo y estímulo), sino de todos y cada uno de sus miembros, pues todos y cada uno pertenecen y forman una familia.
Todos, a título personal y como miembros de una Sociedad mayoritariamente cristiana, no podemos dejar perder la semilla que S.S. Benedicto XVI plantó en la JMJ de Madrid, so pena de que, pasado el ardor juvenil que impregnó aquellas jornadas, se haya olvidado.
En la Exhortación apostólica Familiaris consortio dice S.S.: “La función social de las familias está llamada a manifestarse también en la forma de intervención política; es decir, las familias deben ser las primeras en procurar que las leyes y las instituciones del Estado no sólo no ofendan, sino que sostengan y defiendan positivamente los derechos y los deberes de la familia. En este sentido, deben crecer en la conciencia de ser protagonistas de la llamada política familiar, y asumir la responsabilidad de transformar la sociedad; de otro modo, las familias serán las primeras víctimas de aquellos males que se han limitado a observar con indiferencia. Ciertamente, la familia y la sociedad tienen una función complementaria en la defensa y promoción del bien de todos los hombres y de cada hombre. Pero la sociedad, y más específicamente el Estado, deben reconocer que la familia es una y por tanto, en sus relaciones con la familia, están gravemente obligados a atenerse al principio de subsidiariedad. En virtud de este principio, el Estado no puede ni debe substraer a las familias aquellas funciones que pueden igualmente realizar bien, por sí solas o asociadas libremente, sino favorecer positivamente y estimular lo más posible la iniciativa. Las autoridades públicas, convencidas de que el bien de la familia constituye un valor indispensable e irrenunciable de la comunidad civil, deben hacer cuanto puedan para asegurar a las familias todas aquellas ayudas económicas, sociales, educativas, políticas, culturales que necesitan para afrontar sus responsabilidades.”
Por tanto, en cuanto que las Hermandades son asociaciones públicas de fieles, parece razonable pensar que, de acuerdo con la Exhortación de Benedicto XVI, tienen la obligación y el deber de fomentar la familia cristiana a fin de, entre otros aspectos, recuperar tantos valores éticos y morales que, a lo largo de estos últimos años, se han ido perdiendo. Pero no sólo recordando a sus miembros esa labor, necesaria y urgente, sino también en la vertiente de su participación activa en la política, proponiendo las medidas necesarias, y apoyando con sus votos y su participación las medidas positivas, y rechazando con esos votos las medidas que intente el ya casi consolidado camino de la destrucción de la familia. Tras la deriva ética y moral, especialmente en los últimos años, se hace urgente un rearme de la Familia para, no sólo poder cumplir la función social que le corresponde, sino su cohesión, con lo que se plantea una verdadera lucha, ya que, como es bien evidente, las charlas en el seno de las familias han sido sustituidas por la “contemplación” de la televisión y quizás también muy especialmente, en la denominada “tele basura”, que difunden mensajes que atacan frontalmente a los valores a los que nos estamos refiriendo. Son usos y ya, costumbres, a cambiar con decisión y firmeza, pero con conocimiento didáctico. Hemos de recuperar el verdadero amor en la Familia, lo que propiciará que, a través de la permeabilidad con la que ha llegado la falta de respeto en la familia a la Sociedad, lo haga a la inversa para llevar respeto, amor y sosiego. No será posible esta regeneración si pretendemos actuar de manera impulsiva y/o acelerada. Tiempo requieren las cosas bien hechas y, como rezaba el azulejo que se encontraba sobre el acceso al Aula Magna del antiguo Instituto de San Isidoro: Gutta cavat lápidem.
Pues eso, pogámonos a trabajar.
Foro de opinión Cardenal Niño de Guevara
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