sábado, 3 de noviembre de 2012

TEMA DE REFLEXION PARA EL MES DE NOVIEMBRE




El sacramento del Matrimonio.-(II)-
En el sacramento del matrimonio Cristo da una gracia propia que “está destinada a perfeccionar el amor de los cónyuges, a fortalecer su unidad indisoluble. Por medio de esta gracia se ayudan mutuamente a santificarse con la vida matrimonial conyugal y en la acogida y en la educación de los hijos” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1641).
Con estos presupuestos, podemos decir que en el matrimonio, en la familia que se origina, la creación primigenia queda entroncada con la nueva creación, y hace posible que los hijos de los hombres de la primera creación,  se conviertan en hijos de Dios en Cristo, de la segunda creación.
No sin un sentido lleno de misterio, la venida de Cristo a la tierra tiene lugar en el seno de una familia; y el primer milagro de su vida pública en la tierra acontece en la celebración de unas bodas.
El cristiano descubre que el matrimonio, y la familia que en el matrimonio se origina y se fundamenta, no puede ser tratada sencillamente como una cédula de la sociedad, como una parte dentro de un conjunto que el hombre estructura y organiza, de acuerdo con una serie de necesidades naturales. O sea, cualquier visión meramente sociológica de la familia, no descubre la verdadera, variada y rica  realidad humana y sobrenatural que es la familia.
La familia es el ámbito personal del desarrollo humano y espiritual del hombre. El sacramento del Matrimonio confiere a los cónyuges la gracia de acompañar a sus hijos también en su desarrollo como hijos de Dios en Cristo.
Ahora es necesario que nos preguntemos qué significa –y qué lleva consigo- que el matrimonio sea un Sacramento: o sea, qué añade a la realidad natural del matrimonio su realidad sacramental.
Recordemos, para comenzar, la definición de Sacramento: “un signo sensible instituido por Nuestro Señor Jesucristo, que produce la gracia”. Y Gracia es: “una cierta participación en la naturaleza divina”.
En otras palabras, el matrimonio, al ser Sacramento, sin dejar de ser una realidad humano-natural se convierte en realidad humano-divina. Sin dejar de ser una realidad que afecta principalmente a los contrayentes y a su futura familia, al recibir la realidad sacramental, hace posible que Dios encuentre el cauce adecuado para hacerse visible, en la actividad de la familia.
Vemos así la doble realidad, natural y sacramental, del matrimonio. La realidad natural está patente y clara a los ojos de cualquiera: un hombre, una mujer que deciden unir sus vidas, todo su existir, entregándose el uno a la otra, y la una al otro, en cuerpo y en alma. Y en esa decisión aceptan unas condiciones fundamentales para que esa unión pueda ser, también y a la vez, Sacramento: la unión: la unidad, la indisolubilidad, la apertura a la vida.
“El amor y la entrega total de los esposos, con sus notas peculiares de exclusividad, fidelidad, permanencia en el tiempo y apertura a la vida, está en la base de esa comunidad de vida y amor que es el matrimonio”
“El matrimonio, elevado por Cristo a la altísima dignidad de sacramento, confiere mayor esplendor y profundidad al vínculo conyugal, y compromete con mayor fuerza a los esposos que, bendecidos por el Señor de la alianza, se prometen fidelidad hasta la muerte en el amor abierto a la vida” (Benedicto XVI).
Esta exigencia de vida cristiana que comporta la realidad sacramental del Matrimonio, puede parecer a veces, y en algunas circunstancias, una carga difícil de llevar. ¿Cómo encontrar las fuerzas para vivir esa fidelidad, esa indisolubilidad, esa apertura a la vida?
Juan Pablo II recuerda a los esposos: “¡No tengáis miedo de los riesgos! ¡La fuerza divina es mucho más potente que vuestras dificultades! Inmensamente más grande que el mal, que actúa en el mundo, es la eficacia del sacramento de la Reconciliación (…) Mucho más incisiva que la corrupción presente en el mundo es la energía divina del sacramento de la Confirmación (…) Incomparablemente más grande es, sobre todo, la fuerza de la Eucaristía”.

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Cuestionario

·                    ¿Recuerdo con alguna frecuencia que la Gracia divina, recibida en el momento de casarme,  permanece siempre en mi vida?
·                    ¿Sigo ese buen consejo del Beato Juan Pablo II, y acudo el sacramento de la Reconciliación con alguna frecuencia, para vivir mejor con mi familia?
·                    Cuando nos es posible: ¿acudo a la Misa dominical con mi esposa, con mi esposo, y con mis hijos o nietos?

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