La Navidad está a la vuelta de la esquina, los escaparates, las calles
alumbradas, el montaje de los nacimientos en nuestras casas, el sonar de las
panderetas, el cántico de los villancicos, el frío… nos recuerdan que el
misterio de Dios hecho niño podremos celebrarlo un año más.
Pero sin duda, algo que nos va introduciendo poco a poco en la
Navidad es el precioso tiempo litúrgico en el que nos encontramos: el adviento,
éste puede suponer para nosotros un revitalizar nuestra fe y preparar el camino
al Señor que viene. El adviento, decía Benedicto XVI en su homilía del primer
domingo de adviento, puede ser un buen momento para mirar nuestra fe.
Nunca ha sido bueno que haya personas que dirijan su mirada
en una sola dirección. Si miran sólo hacia el pasado, se quedan en la simple
nostalgia; si lo hacen exclusivamente hacia el presente, olvidan sus raíces y
se quedan sin fundamento. Si les preocupa sólo el futuro, difícilmente podrán
esperar sin apoyos de ahora o de antes. La grandeza del Adviento está en que
hace mirar en las tres direcciones.
Recordar el pasado: Celebrar y contemplar el nacimiento de Jesús en Belén. El Señor
ya vino y nació en Belén. Esta fue su venida en la carne, lleno de humildad y
pobreza. Vino como uno de nosotros, hombre entre los hombres. Esta fue su
primera venida.
Vivir el presente: Se trata de vivir en el presente de nuestra vida diaria la
"presencia de Jesucristo" en nosotros y, por nosotros, en el mundo.
Vivir siempre vigilantes, caminando por los caminos del Señor, en la justicia y
en el amor.
Preparar el futuro: Se trata de prepararnos para la segunda venida de Jesucristo en
la "majestad de su gloria". Entonces vendrá como Señor y como Juez de
todas las naciones. Esperamos su venida gloriosa que nos traerá la salvación y
la vida eterna sin sufrimientos.
Hay una serie de actitudes que deberíamos cuidar y potenciar en
adviento y que, en los días que nos quedan hasta la noche buena, deberíamos
trabajarnos intensamente, paso a presentaros:
La esperanza: Tal vez sea la palabra que más resuena en este tiempo.
Esperamos la venida del Señor, y esperamos que su salvación se realice en
nosotros y en nuestro mundo. Lo sabemos, desde luego, que esta esperanza no se
realizará definitivamente hasta que llegue el Reino de Dios para siempre, al
término de todo, en la vida eterna. Y
sabemos también que nuestro camino en este mundo está orientado y
encaminado hasta este momento último, plan, cuando Dios reunirá a sus hijos
e hijas
en su cielo hasta este momento último, pleno, cuando Dios reunirá a sus hijos
e hijas en su cielo nuevo, donde ya no habrá dolor ni penas ni tristezas.
Preparar el camino del Señor: es como la
consigna de este tiempo, la llamada que hacía Juan Bautista allí junto al río
Jordán, a todos aquellos que se le acercaban. El Señor viene, y la salvación es
obra suya, no nuestra. Pero sería una hipocresía decir que le esperamos si, al
mismo tiempo, no trabajásemos para que empezara a hacerse realidad aquello que
esperamos. Si anhelamos un mundo en que reinen la bondad, la justicia y el
amor, un mundo en el que no haya enfrentamientos ni lágrimas, un mundo en el
que Dios llene los corazones, tenemos que convertir nuestros corazones y
tenemos que hacer lo que esté en nuestras manos para que nuestra vidas y
nuestro mundo se acerquen cada vez más al proyecto de Dios. Para ese
preparar el camino sería oportuno acercarnos al sacramento de la
reconciliación, pararnos más en el sagrario, meditar la Palabra de Dios,
visitar a algún enfermo…
La alegría: San Pablo lo
decía así: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. El
Señor está cerca. Nada os preocupe, sino que, en toda ocasión, presentad a Dios
vuestras peticiones en la oración y súplica con acción de gracias”.
Y el gran ejemplo de esta alegría lo tenemos en María, la Madre de
Dios. Basta verla en la visita a su prima Isabel: el Hijo que Ella lleva en sus
entrañas es la mayor alegría, nuestra alegría. Porque nosotros, como María,
también creemos en Dios y en todo lo que él ha prometido. No una alegría de
anuncio o una alegría por la falta de problemas,… una alegría de saber que
estando junto a Dios nada es imposible.
La oración: Siempre hay
que rezar, todo el año. Pero el Adviento es como una especial invitación a
levantar el corazón a Dios: para acercarnos más a él, para desear su venida,
para poner ante la debilidad de nuestra condición humana, para reconocer que
sin él no podríamos hacer nada, para compartir con él la vida que hemos vivido
y descubrir su presencia amorosa, para compartir con él la alegrías y las
ilusiones a través de las cuales él se manifiesta y nos estimula, para mirar a
nuestro mundo y presentarle nuestros deseos y nuestro trabajo por una vida más
digna para todos… y sobre todo, para que nos entre muy adentro la alegría de su
presencia salvadora.
La paciencia: El Adviento
es una invitación a trabajar sin desfallecer, aunque las cosas no salgan como
quisiéramos. Lo dice la carta a Santiago, que leemos en uno de los domingos de
este tiempo: “Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. El labrador
aguarda paciente el fruto valioso de la tierra mientras recibe la lluvia
temprana y tardía. Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque
la venida del Señor está cerca”. Tener paciencia, y mantenerse firmes, todo a
la vez, hasta que venga el Señor.
Haz silencio. Entra en tu interior y prepárate para la
celebración, dentro de muy poco, del nacimiento del Señor.
Feliz semana a todos.
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