Si de verdad deseamos la
felicidad a nuestros prójimos –a los familiares, amigos y cercanos, a los que
pasan a nuestro lado en las encrucijadas de la vida... ¡a todos!–, no podremos
por menos que ayudarles a encontrar de nuevo al Niño Jesús que nace en Belén,
al Emmanuel, el Dios con nosotros. Ayudarles con nuestra oración, con nuestro
ejemplo, con nuestra cercanía en todas sus situaciones de necesidad corporal y
espiritual. Mostrarles la bondad de Jesucristo, nuestro Salvador: ¡he ahí el
reto de la Navidad para nosotros los cristianos!
La infelicidad que asola
a tantos de nuestros contemporáneos, jóvenes y mayores, en las más variadas
formas de desolación moral y espiritual, de disgustos y dramas familiares, de
rupturas e infidelidades matrimoniales, de pérdidas del puesto de trabajo, de
fracasos profesionales, de orfandad y dolor..., sólo se combate eficazmente con
la conversión al Dios que ha salido a nuestro encuentro, ya en Belén, cuando
nace en la humildad de nuestra carne y en la sencilla pobreza del lugar y del
pesebre. Es más, con la búsqueda del tú a tú con Él, en el sacramento de la
Penitencia, la infelicidad soterrada o abierta se torna en felicidad honda e
imperecedera.
Cardenal Arzobispo de Madrid
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