El sacramento del Matrimonio.-(III)-
Y no sólo en el plano de la creación. Es
muy oportuno tener presente la grandeza del sacramento del matrimonio y la
importante acción redentora y santificadora de la gracia, que tiene lugar en el
matrimonio-sacramento.
Comprendemos
mejor ahora estas palabras que resumen lo que hemos dicho hasta aquí: El
matrimonio es “acción divina, obra de Dios. Puesto que el sacramento del
matrimonio es una entrada de Dios en la vida. Impulsa a una vida divina. Según
el ritmo de la encarnación, esta vida divina se desarrolla por y en las
condiciones naturales de la unión de los esposos; pero lo natural queda
transfigurado por la acción y la presencia divinas. Acción y presencia tienen,
por lo demás, el mismo sentido cuando se trata de Dios, porque Dios es acción”
(J. Leclercq, ibídem.,
p.77).
La realidad
sacramental del matrimonio, al transformar la unión natural en una fuente de la
Gracia divina, convierte el matrimonio en un campo de acción de Dios y, por
consiguiente, en un instrumento de santidad como son todos los sacramentos.
Jose
María Escrivá ha entendido muy bien esta consecuencia de la realidad
sacramental del matrimonio. Entre otros textos, ha dejado escrito:
“El
matrimonio no es, para un cristiano, una simple institución social, ni mucho
menos un remedio para las debilidades humanas: es una auténtica vocación
sobrenatural (...), signo sagrado que santifica, acción de Jesús, que invade el
alma de los que se casan y les invita a seguirle, transformando toda la vida
matrimonial en un andar divino en la tierra” (Es Cristo que pasa, n.
23).
¿Qué
significa aceptar esta sacramentalidad, el hecho de que Dios interviene en el
matrimonio? Que el matrimonio no es una realidad que se resuelve y se
configura exclusivamente entre un hombre y una mujer. El matrimonio se
fundamenta en el consentimiento libre del hombre y de la mujer para vivir esa
unión; y a la vez, al dar ese consentimiento, los esposos saben que se
encuentran ante una realidad que ellos no han establecido en todos sus
pormenores: han aceptado unas condiciones –unidad, indisolubilidad, apertura a
la vida- que Dios señala, y las reciben conscientes y sabedores de que es lo
mejor y lo más adecuado para el bien, y la plena realización de la unión que se
disponen a instaurar y a vivir.
Y
significa también que en un verdadero matrimonio se pueden solucionar los
problemas de convivencia y de entendimiento que surjan entre los cónyuges.
“Si
Dios está presente en la familia y se experimenta su cercanía en la oración, la
vida en la familia se hace más feliz y adquiere una dimensión mayor” (Benedicto
XVI).
Dios quiere unir al hombre y a la mujer en su obra creadora, redentora y santificadora. Con la realidad natural del matrimonio, el hombre y la mujer se unen a la obra creadora; con realidad sacramental Dios vincula a la mujer y al hombre a la acción redentora; y como siempre, la redención y la santificación van unidas, el matrimonio se convierte en camino de santidad.
Dios quiere unir al hombre y a la mujer en su obra creadora, redentora y santificadora. Con la realidad natural del matrimonio, el hombre y la mujer se unen a la obra creadora; con realidad sacramental Dios vincula a la mujer y al hombre a la acción redentora; y como siempre, la redención y la santificación van unidas, el matrimonio se convierte en camino de santidad.
Para vivir
esta realidad sobrenatural sacramental del matrimonio, la Iglesia presenta
delante del hombre, de la mujer, el compromiso de amor, de verdadero amor, que
acepta al vincularse con su esposa, con su esposo. Un compromiso abierto al
futuro, abierto al horizonte de toda su vida, como queda patente en las
palabras con las que los novios pueden manifestar su consentimiento.
En el
ceremonial del matrimonio la Iglesia ruega, en la Bendición Nupcial, la
asistencia del Espíritu Santo para que ese amor, que está en el origen del
matrimonio, permanezca y se acreciente:
“Oh
Dios, que unes la mujer al varón y otorgas a esa unión, establecida desde el
principio, la única bendición que no fue abolida ni por la pena del pecado
original, ni por el castigo del diluvio. Mira con bondad a estos hijos tuyos
que, unidos en Matrimonio, piden ser fortalecidos con tu bendición: Envía sobre
ellos la gracia del Espíritu Santo, para que tu amor, derramado en sus
corazones, los haga permanecer fieles en la alianza conyugal”.
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Todos
los esposos cristianos han de recordar a lo largo de su vida esta realidad
sacramental, religiosa, de su matrimonio. Cada uno de ellos adquiere sí, un
vínculo con el otro; y a la vez, se establece una unión con Dios. Dios se
compromete a dar todas las gracias que los esposos necesitan para ser fieles y
felices en el matrimonio.
Dios
Padre, Hijo y Espíritu Santo está vinculado con cada Matrimonio Sacramento.
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