La fiesta de
pentecostés originalmente se denominaba “fiesta de las semanas” y tenía lugar
siete semanas después de la fiesta de los primeros frutos (Lv. 23: 15-21; Dt.
1: 69). Las siete semanas representaban cincuenta días; de ahí el nombre de
Pentecostés (cincuenta) que recibió más tarde. Según Ex. 34: 22 se celebraba al
término de la cosecha de la cebada y antes de comenzar la del trigo; era una
fiesta movible pues dependía de cuándo llegaba cada año la cosecha, pero
tendría lugar casi siempre durante el mes judío de Siván, equivalente a nuestro
Mayo/Junio. En su origen tenía un sentido fundamental de acción de gracias por
la cosecha recogida, pero pronto se le añadió un sentido histórico: se
celebraba en esta fiesta el hecho de la alianza y el don de la ley
Es
en este marco de esta fiesta judía, que el autor del libro de los Hechos coloca
la efusión del Espíritu Santo sobre los apóstoles (Hch. 2: 1.4). Es a partir de
este gran acontecimiento, Pentecostés se convertiría también en la fiesta
cristiana de gran trascendencia (Hch. 20: 16; 1 Cor. 1: 68).
Sin
embargo, PENTECOSTÉS, es algo más que la venida del espíritu. La fiesta de Pentecostés es una de las
celebraciones más importantes del calendario litúrgico, después de la Pascua.
En el Antiguo Testamento era la fiesta de la cosecha y, posteriormente, los
israelitas, la unieron a la Alianza en el Monte Sinaí, cincuenta días después
de la salida de Egipto.
Aunque
durante mucho tiempo, debido a su importancia, esta fiesta fue llamada por el
pueblo segunda Pascua, la liturgia actual de la Iglesia, si bien la mantiene
como máxima solemnidad después de la festividad de Pascua, no pretende hacer un
paralelo entre ambas, muy por el contrario, busca formar una unidad en donde se
destaque Pentecostés como la conclusión de la cincuentena pascual. Vale decir
como una fiesta de plenitud y no de inicio.
En
este sentido, Pentecostés, no es una fiesta autónoma y no puede quedar sólo
como la fiesta en honor al Espíritu Santo. Aunque lamentablemente, hoy en día,
son muchísimos los fieles que aún tienen esta visión parcial, lo que lleva a
empobrecer su contenido.
Hay
que insistir que, la fiesta de Pentecostés, es el segundo domingo más
importante del año litúrgico en donde los cristianos tenemos la oportunidad de
vivir intensamente la relación existente entre la Resurrección de Cristo, su
Ascensión y la venida del Espíritu Santo.
Es
bueno tener presente, entonces, que todo el tiempo de Pascua es, también,
tiempo del Espíritu Santo, Espíritu que es fruto de la Pascua, que estuvo en el
nacimiento de la Iglesia y que, además, siempre estará presente entre nosotros,
inspirando nuestra vida, renovando nuestro interior e impulsándonos a ser
testigos en medio de la realidad que nos corresponde vivir.
Invoquemos, una vez más, al
Espíritu Santo para que nos regale sus dones y su fuerza y, sobre todo, nos
haga fieles testigos de Jesucristo, nuestro Señor.
Pentecostés
en la Biblia
Hechos de los Apóstoles 2:
1-11
Al llegar el día de Pentecostés, estaban
todos juntos en el mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido, semejante a
un viento impetuoso, y llenó toda la casa donde se encontraban. Entonces
aparecieron lenguas como de fuego, que se repartían y se posaban sobre cada uno
de ellos. Todos quedaban llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en
lenguas extrañas, según el Espíritu Santo los movía a expresarse. Se hallaban por entonces
en Jerusalén judíos piadosos venidos de todas las naciones de la tierra. Al oír
el ruido, acudieron en masa y quedaron estupefactos, porque cada uno los oía
hablar en su propia lengua. Todos, atónitos y admirados, decían:
- ¿No son galileos todos los que
hablan? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra
lengua materna? Partos, medos, elamitas y los que viven en Mesopotamia, Judea y
Capadocia, el Ponto y Asia, Frigia y Panfilia, Egipto y la parte de Libia que
limita con Cirene, los forasteros romanos, judíos y prosélitos, cretenses y
árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las grandezas de Dios.
1Corintios 12: 3b-7.12.13
Por eso os hago saber, que nadie
que hable movido por el Espíritu de Dios puede decir: “Maldito sea Jesús”. Como
tampoco nadie puede decir: “Jesús es Señor”, si no está movido por el Espíritu
Santo.
Hay diversidad de dones, pero el
Espíritu es el mismo. Hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo.
Hay diversidad de actividades, pero uno mismo es el Dios que activa todas las
cosas en todos. A cada cual se le concede la manifestación del Espíritu para el
bien de todos.
Del mismo modo que el cuerpo es
uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, por muchos que
sean, no forman más que un cuerpo, así también Cristo. Porque todos nosotros,
judíos o no judíos, esclavos o libres, hemos recibido un mismo Espíritu.
Romanos 8: 8-17
Así pues, los que viven
entregados a sus apetitos no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no vivís
entregados a tales apetitos, sino que vivís según el Espíritu, ya que el
Espíritu de Dios habita en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de
Cristo, es que no pertenece a Cristo. Ahora bien, si Cristo está en vosotros,
aunque el cuerpo esté sujeto a la muerte a causa del pecado, el espíritu vive
por la fuerza salvadora de Dios. Y si el Espíritu de Dios que resucitó a Jesús
de entre los muertos hará revivir vuestros cuerpos mortales por medio de ese
Espíritu suyo que habita en vosotros.
Por tanto, hermanos, estamos en
deuda, pero no con nuestros apetitos para vivir según ellos. Porque si vivís
según ellos, ciertamente moriréis: en cambio, si mediante el Espíritu dais
muerte a las obras del cuerpo, viviréis. Los que se dejan guiar por el Espíritu
de Dios, ésos son hijos de Dios. Pues bien, vosotros no habéis un Espíritu que
os haga esclavos, de nuevo bajo el temor, sino que habéis recibido un Espíritu
que os hace hijos adoptivos y nos permite clamar: “Abba”, es decir, “Padre”.
Ese mismo Espíritu se une al nuestro para dar testimonio de que somos hijos de
Dios. Y si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios y
coherederos con Cristo, toda vez que, si ahora padecemos con Él, seremos
también glorificados con Él.
Juan 14: 15-16. 23b-26
Si me amáis, obedeceréis mis
mandamientos; y yo rogaré al Padre para os envíe otro Paráclito, para que esté
siempre con vosotros.
Mi Padre lo amará, y mi Padre y
yo vendremos a él y viviremos en él.
Por el contrario, el que no
guarda mis palabras, es que no me ama. Y las palabras que escucháis no son
mías, sino del Padre, que me envió.
Juan 20: 19-23
Aquel mismo domingo, por la
tarde, estaban reunidos los discípulos en una casa con las puertas bien
cerradas, por miedo a los judíos. Jesús se presentó en medio de ellos y les
dijo:
- La paz esté con vosotros.
Y les mostró las manos y el
costado. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús les dijo
de nuevo:
- La paz esté con vosotros.
Y añadió:
- Como el Padre me envió a mí,
así os envío yo a vosotros.
Sopló sobre ellos y les dijo:
- Recibid el Espíritu Santo. A quienes les perdonéis los pecados,
Dios se los perdonará; y a quienes se los retengáis, Dios se les retendrá.
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