lunes, 24 de diciembre de 2012
domingo, 16 de diciembre de 2012
APROVECHA EL ADVIENTO
La Navidad está a la vuelta de la esquina, los escaparates, las calles
alumbradas, el montaje de los nacimientos en nuestras casas, el sonar de las
panderetas, el cántico de los villancicos, el frío… nos recuerdan que el
misterio de Dios hecho niño podremos celebrarlo un año más.
Pero sin duda, algo que nos va introduciendo poco a poco en la
Navidad es el precioso tiempo litúrgico en el que nos encontramos: el adviento,
éste puede suponer para nosotros un revitalizar nuestra fe y preparar el camino
al Señor que viene. El adviento, decía Benedicto XVI en su homilía del primer
domingo de adviento, puede ser un buen momento para mirar nuestra fe.
Nunca ha sido bueno que haya personas que dirijan su mirada
en una sola dirección. Si miran sólo hacia el pasado, se quedan en la simple
nostalgia; si lo hacen exclusivamente hacia el presente, olvidan sus raíces y
se quedan sin fundamento. Si les preocupa sólo el futuro, difícilmente podrán
esperar sin apoyos de ahora o de antes. La grandeza del Adviento está en que
hace mirar en las tres direcciones.
Recordar el pasado: Celebrar y contemplar el nacimiento de Jesús en Belén. El Señor
ya vino y nació en Belén. Esta fue su venida en la carne, lleno de humildad y
pobreza. Vino como uno de nosotros, hombre entre los hombres. Esta fue su
primera venida.
Vivir el presente: Se trata de vivir en el presente de nuestra vida diaria la
"presencia de Jesucristo" en nosotros y, por nosotros, en el mundo.
Vivir siempre vigilantes, caminando por los caminos del Señor, en la justicia y
en el amor.
Preparar el futuro: Se trata de prepararnos para la segunda venida de Jesucristo en
la "majestad de su gloria". Entonces vendrá como Señor y como Juez de
todas las naciones. Esperamos su venida gloriosa que nos traerá la salvación y
la vida eterna sin sufrimientos.
Hay una serie de actitudes que deberíamos cuidar y potenciar en
adviento y que, en los días que nos quedan hasta la noche buena, deberíamos
trabajarnos intensamente, paso a presentaros:
La esperanza: Tal vez sea la palabra que más resuena en este tiempo.
Esperamos la venida del Señor, y esperamos que su salvación se realice en
nosotros y en nuestro mundo. Lo sabemos, desde luego, que esta esperanza no se
realizará definitivamente hasta que llegue el Reino de Dios para siempre, al
término de todo, en la vida eterna. Y
sabemos también que nuestro camino en este mundo está orientado y
encaminado hasta este momento último, plan, cuando Dios reunirá a sus hijos
e hijas
en su cielo hasta este momento último, pleno, cuando Dios reunirá a sus hijos
e hijas en su cielo nuevo, donde ya no habrá dolor ni penas ni tristezas.
Preparar el camino del Señor: es como la
consigna de este tiempo, la llamada que hacía Juan Bautista allí junto al río
Jordán, a todos aquellos que se le acercaban. El Señor viene, y la salvación es
obra suya, no nuestra. Pero sería una hipocresía decir que le esperamos si, al
mismo tiempo, no trabajásemos para que empezara a hacerse realidad aquello que
esperamos. Si anhelamos un mundo en que reinen la bondad, la justicia y el
amor, un mundo en el que no haya enfrentamientos ni lágrimas, un mundo en el
que Dios llene los corazones, tenemos que convertir nuestros corazones y
tenemos que hacer lo que esté en nuestras manos para que nuestra vidas y
nuestro mundo se acerquen cada vez más al proyecto de Dios. Para ese
preparar el camino sería oportuno acercarnos al sacramento de la
reconciliación, pararnos más en el sagrario, meditar la Palabra de Dios,
visitar a algún enfermo…
La alegría: San Pablo lo
decía así: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. El
Señor está cerca. Nada os preocupe, sino que, en toda ocasión, presentad a Dios
vuestras peticiones en la oración y súplica con acción de gracias”.
Y el gran ejemplo de esta alegría lo tenemos en María, la Madre de
Dios. Basta verla en la visita a su prima Isabel: el Hijo que Ella lleva en sus
entrañas es la mayor alegría, nuestra alegría. Porque nosotros, como María,
también creemos en Dios y en todo lo que él ha prometido. No una alegría de
anuncio o una alegría por la falta de problemas,… una alegría de saber que
estando junto a Dios nada es imposible.
La oración: Siempre hay
que rezar, todo el año. Pero el Adviento es como una especial invitación a
levantar el corazón a Dios: para acercarnos más a él, para desear su venida,
para poner ante la debilidad de nuestra condición humana, para reconocer que
sin él no podríamos hacer nada, para compartir con él la vida que hemos vivido
y descubrir su presencia amorosa, para compartir con él la alegrías y las
ilusiones a través de las cuales él se manifiesta y nos estimula, para mirar a
nuestro mundo y presentarle nuestros deseos y nuestro trabajo por una vida más
digna para todos… y sobre todo, para que nos entre muy adentro la alegría de su
presencia salvadora.
La paciencia: El Adviento
es una invitación a trabajar sin desfallecer, aunque las cosas no salgan como
quisiéramos. Lo dice la carta a Santiago, que leemos en uno de los domingos de
este tiempo: “Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. El labrador
aguarda paciente el fruto valioso de la tierra mientras recibe la lluvia
temprana y tardía. Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque
la venida del Señor está cerca”. Tener paciencia, y mantenerse firmes, todo a
la vez, hasta que venga el Señor.
Haz silencio. Entra en tu interior y prepárate para la
celebración, dentro de muy poco, del nacimiento del Señor.
Feliz semana a todos.
Adrián Sanabria. Vicario Episcopal para la
Nueva Evangelización
TEMA DE REFLEXION PARA EL MES DE DICIEMBRE
El sacramento del Matrimonio.-(III)-
Y no sólo en el plano de la creación. Es
muy oportuno tener presente la grandeza del sacramento del matrimonio y la
importante acción redentora y santificadora de la gracia, que tiene lugar en el
matrimonio-sacramento.
Comprendemos
mejor ahora estas palabras que resumen lo que hemos dicho hasta aquí: El
matrimonio es “acción divina, obra de Dios. Puesto que el sacramento del
matrimonio es una entrada de Dios en la vida. Impulsa a una vida divina. Según
el ritmo de la encarnación, esta vida divina se desarrolla por y en las
condiciones naturales de la unión de los esposos; pero lo natural queda
transfigurado por la acción y la presencia divinas. Acción y presencia tienen,
por lo demás, el mismo sentido cuando se trata de Dios, porque Dios es acción”
(J. Leclercq, ibídem.,
p.77).
La realidad
sacramental del matrimonio, al transformar la unión natural en una fuente de la
Gracia divina, convierte el matrimonio en un campo de acción de Dios y, por
consiguiente, en un instrumento de santidad como son todos los sacramentos.
Jose
María Escrivá ha entendido muy bien esta consecuencia de la realidad
sacramental del matrimonio. Entre otros textos, ha dejado escrito:
“El
matrimonio no es, para un cristiano, una simple institución social, ni mucho
menos un remedio para las debilidades humanas: es una auténtica vocación
sobrenatural (...), signo sagrado que santifica, acción de Jesús, que invade el
alma de los que se casan y les invita a seguirle, transformando toda la vida
matrimonial en un andar divino en la tierra” (Es Cristo que pasa, n.
23).
¿Qué
significa aceptar esta sacramentalidad, el hecho de que Dios interviene en el
matrimonio? Que el matrimonio no es una realidad que se resuelve y se
configura exclusivamente entre un hombre y una mujer. El matrimonio se
fundamenta en el consentimiento libre del hombre y de la mujer para vivir esa
unión; y a la vez, al dar ese consentimiento, los esposos saben que se
encuentran ante una realidad que ellos no han establecido en todos sus
pormenores: han aceptado unas condiciones –unidad, indisolubilidad, apertura a
la vida- que Dios señala, y las reciben conscientes y sabedores de que es lo
mejor y lo más adecuado para el bien, y la plena realización de la unión que se
disponen a instaurar y a vivir.
Y
significa también que en un verdadero matrimonio se pueden solucionar los
problemas de convivencia y de entendimiento que surjan entre los cónyuges.
“Si
Dios está presente en la familia y se experimenta su cercanía en la oración, la
vida en la familia se hace más feliz y adquiere una dimensión mayor” (Benedicto
XVI).
Dios quiere unir al hombre y a la mujer en su obra creadora, redentora y santificadora. Con la realidad natural del matrimonio, el hombre y la mujer se unen a la obra creadora; con realidad sacramental Dios vincula a la mujer y al hombre a la acción redentora; y como siempre, la redención y la santificación van unidas, el matrimonio se convierte en camino de santidad.
Dios quiere unir al hombre y a la mujer en su obra creadora, redentora y santificadora. Con la realidad natural del matrimonio, el hombre y la mujer se unen a la obra creadora; con realidad sacramental Dios vincula a la mujer y al hombre a la acción redentora; y como siempre, la redención y la santificación van unidas, el matrimonio se convierte en camino de santidad.
Para vivir
esta realidad sobrenatural sacramental del matrimonio, la Iglesia presenta
delante del hombre, de la mujer, el compromiso de amor, de verdadero amor, que
acepta al vincularse con su esposa, con su esposo. Un compromiso abierto al
futuro, abierto al horizonte de toda su vida, como queda patente en las
palabras con las que los novios pueden manifestar su consentimiento.
En el
ceremonial del matrimonio la Iglesia ruega, en la Bendición Nupcial, la
asistencia del Espíritu Santo para que ese amor, que está en el origen del
matrimonio, permanezca y se acreciente:
“Oh
Dios, que unes la mujer al varón y otorgas a esa unión, establecida desde el
principio, la única bendición que no fue abolida ni por la pena del pecado
original, ni por el castigo del diluvio. Mira con bondad a estos hijos tuyos
que, unidos en Matrimonio, piden ser fortalecidos con tu bendición: Envía sobre
ellos la gracia del Espíritu Santo, para que tu amor, derramado en sus
corazones, los haga permanecer fieles en la alianza conyugal”.
* * * * *
Todos
los esposos cristianos han de recordar a lo largo de su vida esta realidad
sacramental, religiosa, de su matrimonio. Cada uno de ellos adquiere sí, un
vínculo con el otro; y a la vez, se establece una unión con Dios. Dios se
compromete a dar todas las gracias que los esposos necesitan para ser fieles y
felices en el matrimonio.
Dios
Padre, Hijo y Espíritu Santo está vinculado con cada Matrimonio Sacramento.
*
* * * * *
|
EL RETO DE LA NAVIDAD
Si de verdad deseamos la
felicidad a nuestros prójimos –a los familiares, amigos y cercanos, a los que
pasan a nuestro lado en las encrucijadas de la vida... ¡a todos!–, no podremos
por menos que ayudarles a encontrar de nuevo al Niño Jesús que nace en Belén,
al Emmanuel, el Dios con nosotros. Ayudarles con nuestra oración, con nuestro
ejemplo, con nuestra cercanía en todas sus situaciones de necesidad corporal y
espiritual. Mostrarles la bondad de Jesucristo, nuestro Salvador: ¡he ahí el
reto de la Navidad para nosotros los cristianos!
La infelicidad que asola
a tantos de nuestros contemporáneos, jóvenes y mayores, en las más variadas
formas de desolación moral y espiritual, de disgustos y dramas familiares, de
rupturas e infidelidades matrimoniales, de pérdidas del puesto de trabajo, de
fracasos profesionales, de orfandad y dolor..., sólo se combate eficazmente con
la conversión al Dios que ha salido a nuestro encuentro, ya en Belén, cuando
nace en la humildad de nuestra carne y en la sencilla pobreza del lugar y del
pesebre. Es más, con la búsqueda del tú a tú con Él, en el sacramento de la
Penitencia, la infelicidad soterrada o abierta se torna en felicidad honda e
imperecedera.
Cardenal Arzobispo de Madrid
jueves, 6 de diciembre de 2012
FIESTA DE LA INMACULADA CONCEPCION DE MARIA. 8 DE DICIEMBRE
Diciembre 8: Día de la Inmaculada Concepción.
Ella, desde el momento en que fue concebida por sus padres, por gracia y
privilegios únicos que Dios le concedió, fue preservada de toda mancha del
pecado original.
En nuestra sociedad, la pureza tiene dos valores opuestos. Mientras la
droga más pura es la más cara y todos buscan el detergente que deje la ropa más
blanca, muy pocos se preocupan de mantener su alma y su vida pura, de cara a la
vida eterna. Incluso, quienes se confiesan seguido son a veces criticados, y se
les califica despectivamente de "mochos". La Virgen María nos invita
a vivir este ideal de pureza, aunque para ello tengamos que ir "contra
corriente."
Historia.
El 8 de diciembre de 1854, el Papa Pío IX, promulgó un documento llamado "Ineffabilis Deus" en el que estableció que el alma de María, en el momento en que fue creada e infundida, estaba adornada con la gracia santificante.
Historia.
El 8 de diciembre de 1854, el Papa Pío IX, promulgó un documento llamado "Ineffabilis Deus" en el que estableció que el alma de María, en el momento en que fue creada e infundida, estaba adornada con la gracia santificante.
Desde entonces, esta es de las verdades que los católicos creemos, aunque a
veces, no entendamos. Es lo que se llama Dogma o artículo de fe.
La Virgen María fue "dotada por Dios con dones a la medida de su
misión tan importante" (Lumen Gentium). El ángel Gabriel pudo saludar a
María como "llena de gracia" porque ella estaba
totalmente llena de la Gracia de Dios.
Dios la bendijo con toda clase de bendiciones espirituales, más que a
ninguna otra persona creada. Ella es "redimida de la manera más sublime en
atención a los méritos de su Hijo". (LG, n. 53)
La devoción a la Inmaculada Concepción es uno de los aspectos más
difundidos de la devoción mariana. Tanto en Europa como en América se adoptó a
la Inmaculada Concepción como patrona de muchos lugares.
María tiene un lugar muy especial dentro de la Iglesia por ser la Madre de
Jesús. Sólo a Ella Dios le concedió el privilegio de haber sido preservada del
pecado original, como un regalo especial para la mujer que sería la Madre de
Jesús y madre Nuestra.
Con esto, hay que entender que Dios nos regala también a cada uno de
nosotros las gracias necesarias y suficientes para cumplir con la misión que
nos ha encomendado y así seguir el camino al Cielo, fieles a su Iglesia
Católica.
Podemos aprender que es muy importante para nosotros recibir el Bautismo,
que sí nacimos con la mancha del pecado original. Al bautizarnos, recibimos la
gracia santificante que borra de nuestra alma el pecado original. Además, nos
hacemos hijos de Dios y miembros de la Iglesia. Al recibir este sacramento,
podemos recibir los demás.
Para conservar limpia de pecado nuestra alma podemos acudir al Sacramento
de la Confesión y de la Eucaristía, donde encontramos a Dios vivo.
Hay quienes dicen que María fue una mujer como cualquier otra y niegan su
Inmaculada Concepción. Dicen que esto no pudo haber sido posible, que todos
nacimos con pecado original. En el Catecismo de la Iglesia Católica podemos
leer acerca de la Inmaculada Concepción de María en los números 490 al 493.
El alma de María fue preservada de toda mancha del pecado original, desde
el momento de su concepción.
María siempre estuvo llena de Dios para poder cumplir con la misión que
Dios tenía para Ella.
Con el Sacramento del Bautismo se nos borra el pecado original.
Dios regala a cada uno de nosotros las gracias necesarias y suficientes,
para que podamos cumplir con la misión que nos ha encomendado.
viernes, 30 de noviembre de 2012
TIEMPO DE ADVIENTO
Este domingo empieza el tiempo
litúrgico que nos lleva hasta la Navidad. Hoy de una manera nueva se abre
nuestro corazón y nuestro espíritu a la esperanza; se acerca nuestra salvación,
se acerca nuestra liberación. Dios nos va a salvar, Dios nos está salvando continuamente.
Hoy empieza este tiempo litúrgico que nos lleva hasta la Navidad. Hoy de una manera nueva se abre nuestro corazón y nuestro espíritu a la esperanza: se acerca nuestra salvación, se acerca nuestra liberación. Dios nos va a salvar, Dios nos está salvando continuamente.
El Adviento es el tiempo de la esperanza. Del Adviento y de la esperanza se ha escrito mucho, incluso puede resultar relativamente fácil hacer filosofía de la esperanza. A veces puede ser también fácil hablar de una esperanza pasiva, casi masoquista, que nos hace cruzar de brazos en espera de tiempos mejores, pero que nos canaliza e incapacita para luchar la esperanza que se vive.
Hoy empieza este tiempo litúrgico que nos lleva hasta la Navidad. Hoy de una manera nueva se abre nuestro corazón y nuestro espíritu a la esperanza: se acerca nuestra salvación, se acerca nuestra liberación. Dios nos va a salvar, Dios nos está salvando continuamente.
El Adviento es el tiempo de la esperanza. Del Adviento y de la esperanza se ha escrito mucho, incluso puede resultar relativamente fácil hacer filosofía de la esperanza. A veces puede ser también fácil hablar de una esperanza pasiva, casi masoquista, que nos hace cruzar de brazos en espera de tiempos mejores, pero que nos canaliza e incapacita para luchar la esperanza que se vive.
Convertir a un hombre, hacerle
nacer a la esperanza es decirle: tú eres amado por Dios. Esto es hacerle nacer
de nuevo.
Dios le da el ser por el amor.
“Jesús viene, y viene para decimos que tenemos que vivir. Jesús viene y viene
para pasamos de la muerte a la vida”.
“Jesús viene para hacemos salir
de la frustración y del egoísmo a través de la fe en su total amor”.
“El Redentor viene para los que se conviertan de la apostasía”.
“El Redentor viene para los que se conviertan de la apostasía”.
Ojalá, que ese Dios, que viene,
nos encuentre convertidos, abierto nuestro corazón a la esperanza e intentando
remediar la desesperanza de nuestro mundo, que no desaparece con conquistas
técnicas ni de dinero ni con embotamiento de vicio ni con evasión de drogas.
Ser cristiano es vivir en esperanza, en Adviento continuo, posibilitar siempre la realidad de la Navidad, que nos exige la conversión y un compromiso en la esperanza de este mundo para bautizarla, para cristianizarla para hacerla más auténtica. Desde nuestro trabajo, desde nuestra circunstancia, desde nuestra soledad o incomprensión nosotros tenemos que renacer a la esperanza.
Veamos en qué momentos y en qué medida nos hemos sentido comprometidos por la esperanza del mundo y por la esperanza del último, del más pequeño, del hombre que es también nuestro hermano.
Ser cristiano es vivir en esperanza, en Adviento continuo, posibilitar siempre la realidad de la Navidad, que nos exige la conversión y un compromiso en la esperanza de este mundo para bautizarla, para cristianizarla para hacerla más auténtica. Desde nuestro trabajo, desde nuestra circunstancia, desde nuestra soledad o incomprensión nosotros tenemos que renacer a la esperanza.
Veamos en qué momentos y en qué medida nos hemos sentido comprometidos por la esperanza del mundo y por la esperanza del último, del más pequeño, del hombre que es también nuestro hermano.
viernes, 23 de noviembre de 2012
TENER FE
Mis
queridos amigos, el Año de la Fe ha comenzado, hemos emprendido un apasionante
camino, un camino que nos tendrá que llevar a profesar con alegría y
firmeza la fe que poseemos y vivimos. En la reflexión que compartía con
vosotros la primera semana os presentaba una bella meditación del beato Juan
Pablo II que nos planteaba cuestiones interesantes.
Para
esta semana os traigo un hermosísimo artículo de José
Luis Martín Descalzo de
su libro “Razones
para la Esperanza”. Martín Descalzo decía que tener fe es
conjugar continuamente once verbos, once verbos que la santísima Virgen María
vivió con plenitud, once verbos que dan vitalidad al alma, once verbos que en
muchas ocasiones omitimos de nuestras vidas, once verbos que han de calarnos y
empaparnos, once verbos que deberíamos meditar, rezar, reflexionar … esos
verbos son aceptar, dar, creer, guiar,
dirigir, levantarse, arriesgar, ver, confiar, buscar, andar. Os
animo a leer tranquilamente esta bella reflexión, sería sugerente que al
terminar de leerla os preguntarais cuáles de esos verbos os cuesta más vivir y
cuáles se van consolidando poco a poco en vuestras vidas.
Fijaos
lo que nos decía Martín Descalzo:
*
Tener fe es “ACEPTAR” lo que Dios permite en nuestra
vida aunque no lo entendamos, aunque no nos guste. Si tuviéramos la capacidad
de ver el fin desde el principio tal como Él lo ve, entonces podríamos saber
por qué a veces conduce nuestra vida por sendas extrañas y contrarias a nuestra
razón y a nuestros deseos.
*
Tener fe es “DAR” cuando no tenemos, cuando
nosotros mismos necesitamos. La fe siempre saca algo valioso de lo
aparentemente inexistente; puede hacer que brille el tesoro de la generosidad
en medio de la pobreza y el desamparo, llenando de gratitud tanto al que
recibe, como al que da.
*
Tener fe es “CREER” en lugar de recurrir a la duda,
que es lo más fácil. Si la llama de la confianza se extingue, entonces ya no
queda más remedio que entregarse al desánimo. Para muchos creer en nuestras
bondades, posibilidades y talentos, tanto como en los de nuestros semejantes,
es la energía que mueve la vida hacia grandes derroteros. Pero todavía hay una
forma más elevada de creer. Saber que nuestra vida está en las manos de Dios y
que Él es quien cuida de nosotros.
* Tener fe es “GUIAR, DIRIGIR” nuestra vida, pero no con la
vista, sino con el corazón. La razón necesita muchas evidencias para
arriesgarse, el corazón necesita sólo un rayo de esperanza. Las cosas más
bellas y grandes que la vida nos regala no se pueden ver, ni siquiera palpar,
sólo se pueden acariciar con el espíritu.
*
Tener fe es “LEVANTARSE” cuando se ha caído. Los reveses
y fracasos en cualquier área de la vida nos entristecen, pero es más triste
quedarse lamentándose en el frío suelo de la autocompasión, atrapado por la
frustración y la amargura.
*
Tener fe es “ARRIESGAR” todo a cambio de un sueño, de
un amor, de un ideal. Nada de lo que merece la pena en esta vida puede lograrse
sin esa dosis de sacrificio que implica desprenderse de algo o de alguien, a
fin de adquirir eso que mejore nuestro propio mundo y el de los demás.
*
Tener fe es “VER” positivamente hacia adelante,
no importa cuán incierto parezca el futuro o cuán doloroso el pasado. Quien
tiene fe hace del hoy un fundamento del mañana y trata de vivirlo de tal manera
que cuando sea parte de su pasado, pueda verlo como un grato recuerdo.
*
Tener fe es “CONFIAR” pero confiar no sólo en las
cosas y en las personas, sino en el Dios que obra, actúa y habla a través de
las personas. Muchos confían en lo material, pero viven relaciones huecas con
sus semejantes. Cierto que siempre habrá gente que lastime y traicione tu
confianza, así que lo que tienes que hacer es seguir confiando y sólo ser más
cuidadoso con aquel en quien confías dos veces.
* Tener fe es “BUSCAR” lo imposible: sonreír cuando
tus días se encuentran nublados y tus ojos se han secado de tanto llorar. Tener
fe es no dejar nunca de desnudar tus labios con una sonrisa, ni siquiera cuando
estés triste, porque nunca sabes cuándo tu sonrisa puede dar luz y esperanza a
la vida de alguien que se encuentre en peor situación que la tuya.
* Tener
fe es “ANDAR” por los caminos de la vida de
la misma forma en que lo hace un niño. Tomados de la mano de nuestro padre.
Tener fe es dejar nuestros problemas en manos de DIOS y arrojarnos a sus brazos
antes que al abismo de la desesperación. Fe es descansar en Él para que nos
cargue, en vez de cargar nosotros nuestra propia colección de problemas.
Vicario Episcopal para la Nueva Evangelización
El Año de la Fe "es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo" (Porta Fidei, 6). Se inicia el 11 de octubre de 2012 y terminará el 24 de noviembre de 2013. El 11 de octubre coinciden dos aniversarios: el 50 aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II y el 20 aniversario de la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica. La clausura, el 24 de noviembre, será la solemnidad de Cristo Rey.
TEMA DE REFLEXION PARA EL MES DE NOVIEMBRE
El sacramento del Matrimonio.-(II)-
En el sacramento del matrimonio Cristo da una gracia
propia que “está destinada a perfeccionar el amor de los cónyuges, a fortalecer
su unidad indisoluble. Por medio de esta gracia se ayudan mutuamente a
santificarse con la vida matrimonial conyugal y en la acogida y en la educación
de los hijos” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1641).
Con estos presupuestos, podemos decir que en el
matrimonio, en la familia que se origina, la creación primigenia queda
entroncada con la nueva creación, y hace posible que los hijos de los hombres
de la primera creación, se conviertan en hijos de Dios en Cristo, de la
segunda creación.
No sin un sentido lleno de misterio, la
venida de Cristo a la tierra tiene lugar en el seno de una familia; y el primer
milagro de su vida pública en la tierra acontece en la celebración de unas
bodas.
El cristiano descubre que el matrimonio, y la familia
que en el matrimonio se origina y se fundamenta, no puede ser tratada
sencillamente como una cédula de la sociedad, como una parte dentro de un
conjunto que el hombre estructura y organiza, de acuerdo con una serie de
necesidades naturales. O sea, cualquier visión meramente sociológica de la
familia, no descubre la verdadera, variada y rica realidad humana y
sobrenatural que es la familia.
La familia es el ámbito personal del desarrollo humano
y espiritual del hombre. El sacramento del Matrimonio confiere a los cónyuges
la gracia de acompañar a sus hijos también en su desarrollo como hijos
de Dios en Cristo.
Ahora es necesario que
nos preguntemos qué significa –y qué lleva consigo- que el matrimonio sea un
Sacramento: o sea, qué añade a la realidad natural del matrimonio su realidad
sacramental.
Recordemos, para
comenzar, la definición de Sacramento: “un signo sensible instituido por
Nuestro Señor Jesucristo, que produce la gracia”. Y Gracia es: “una cierta
participación en la naturaleza divina”.
En otras palabras, el matrimonio, al ser
Sacramento, sin dejar de ser una realidad humano-natural se convierte en
realidad humano-divina. Sin dejar de ser una realidad que afecta principalmente
a los contrayentes y a su futura familia, al recibir la realidad sacramental,
hace posible que Dios encuentre el cauce adecuado para hacerse visible, en la
actividad de la familia.
Vemos así la doble
realidad, natural y sacramental, del matrimonio. La realidad natural está
patente y clara a los ojos de cualquiera: un hombre, una mujer que deciden unir
sus vidas,
todo su existir, entregándose el uno a la
otra, y la una al otro, en cuerpo y en alma.
Y en esa decisión
aceptan unas condiciones fundamentales para que esa unión pueda ser, también y
a la vez, Sacramento: la unión: la unidad, la indisolubilidad, la apertura a la
vida.
“El amor y la entrega
total de los esposos, con sus notas peculiares de exclusividad, fidelidad,
permanencia en el tiempo y apertura a la vida, está en la base de esa comunidad
de vida y amor que es el matrimonio”
“El matrimonio, elevado
por Cristo a la altísima dignidad de sacramento, confiere mayor esplendor y
profundidad al vínculo conyugal, y compromete con mayor fuerza a los esposos
que, bendecidos por el Señor de la alianza, se prometen fidelidad hasta la
muerte en el amor abierto a la vida” (Benedicto XVI).
Esta exigencia de vida
cristiana que comporta la realidad sacramental del Matrimonio, puede parecer a
veces, y en algunas circunstancias, una carga difícil de llevar. ¿Cómo
encontrar las fuerzas para vivir esa fidelidad, esa indisolubilidad, esa
apertura a la vida?
Juan Pablo II recuerda a
los esposos: “¡No tengáis miedo de los riesgos! ¡La fuerza divina es mucho más
potente que vuestras dificultades! Inmensamente más grande que el mal, que
actúa en el mundo, es la eficacia del sacramento de la Reconciliación (…) Mucho
más incisiva que la corrupción presente en el mundo es la energía divina del
sacramento de la Confirmación (…) Incomparablemente más grande es, sobre todo,
la fuerza de la Eucaristía”.
* * * * * *
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DOMINGO 25 DE NOVIEMBRE. FESTIVIDAD DE CRISTO
La celebración de Nuestro
Señor Jesucristo, Rey del Universo, cierra el Año Litúrgico en el que se ha
meditado sobre todo el misterio de su vida, su predicación y el anuncio del
Reino de Dios.
El Papa Pio XI, el 11 de diciembre de 1925, instituyó esta solemnidad que cierra el tiempo ordinario. Su objetivo es recordar la soberanía universal de Jesucristo. Lo confesamos supremo Señor del cielo y de la tierra, de la Iglesia y de nuestras almas.
Durante el anuncio del Reino, Jesús nos muestra lo que éste significa para nosotros como Salvación, Revelación y Reconciliación ante la mentira mortal del pecado que existe en el mundo. Jesús responde a Pilatos cuando le pregunta si en verdad Él es el Rey de los judíos: "Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos; pero mi Reino no es de aquí" (Jn 18, 36). Jesús no es el Rey de un mundo de miedo, mentira y pecado, Él es el Rey del Reino de Dios que trae y al que nos conduce.
El Papa Pio XI, el 11 de diciembre de 1925, instituyó esta solemnidad que cierra el tiempo ordinario. Su objetivo es recordar la soberanía universal de Jesucristo. Lo confesamos supremo Señor del cielo y de la tierra, de la Iglesia y de nuestras almas.
Durante el anuncio del Reino, Jesús nos muestra lo que éste significa para nosotros como Salvación, Revelación y Reconciliación ante la mentira mortal del pecado que existe en el mundo. Jesús responde a Pilatos cuando le pregunta si en verdad Él es el Rey de los judíos: "Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos; pero mi Reino no es de aquí" (Jn 18, 36). Jesús no es el Rey de un mundo de miedo, mentira y pecado, Él es el Rey del Reino de Dios que trae y al que nos conduce.
Cristo Rey anuncia la
Verdad y esa Verdad es la luz que ilumina el camino amoroso que Él ha trazado,
con su Vía Crucis, el camino hacia el Reino de Dios. "Sí, como dices, soy
Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio
de la verdad.
Todo el que es de la verdad escucha mi voz."(Jn 18, 37) Jesús nos revela su misión reconciliadora de anunciar la verdad ante el engaño del pecado. Esta fiesta celebra a Cristo como el Rey bondadoso y sencillo que como pastor guía a su Iglesia peregrina hacia el Reino Celestial y le otorga la comunión con este Reino para que pueda transformar el mundo en el cual peregrina. La posibilidad de alcanzar el Reino de Dios fue establecida por Jesucristo, al dejarnos el Espíritu Santo que nos concede las gracias necesarias para lograr la Santidad y transformar el mundo en el amor. Ésa es la misión que le dejó Jesús a la Iglesia al establecer su Reino.
Se puede pensar que solo se llegará al Reino de Dios luego de pasar por la muerte pero la verdad es que el Reino ya está instalado en el mundo a través de la Iglesia que peregrina al Reino Celestial. Justamente con la obra de Jesucristo, las dos realidades de la Iglesia -peregrina y celestial- se enlazan de manera definitiva, y así se fortalece el peregrinaje con la oración de los peregrinos y la gracia que reciben por medio de los sacramentos. "Todo el que es de la verdad escucha mi voz."(Jn 18, 37) Todos los que se encuentran con el Señor, escuchan su llamado a la Santidad y emprenden ese camino se convierten en miembros del Reino de Dios.
Oración a Cristo Rey.
¡Oh Cristo Jesús! Os reconozco por Rey universal. Todo lo que ha sido hecho, ha sido creado para Vos. Ejerced sobre mí todos vuestros derechos.
Renuevo mis promesas del Bautismo, renunciando a Satanás, a sus pompas y a sus obras, y prometo vivir como buen cristiano. Y muy en particular me comprometo a hacer triunfar, según mis medios, los derechos de Dios y de vuestra Iglesia.
¡Divino Corazón de Jesús! Os ofrezco mis pobres acciones para que todos los corazones reconozcan vuestra Sagrada Realeza, y que así el reinado de vuestra paz se establezca en el Universo entero. Amén.
Consagración de la humanidad para el día de Cristo Rey por el Papa Pío XI
¡Dulcísimo Jesús, Redentor del género humano! Miradnos humildemente postrados; vuestros somos y vuestros queremos ser, y a fin de vivir más estrechamente unidos con vos, todos y cada uno espontáneamente nos consagramos en este día a vuestro Sacratísimo Corazón.
Muchos, por desgracia, jamás, os han conocido; muchos, despreciando vuestros mandamientos, os han desechado. ¡Oh Jesús benignísimo!, compadeceos de los unos y de los otros, y atraedlos a todos a vuestro Corazón Santísimo.
¡Oh Señor! Sed Rey, no sólo de los hijos fieles que jamás se han alejado de Vos, sino también de los pródigos que os han abandonado; haced que vuelvan pronto a la casa paterna, que no perezcan de hambre y miseria.
Sed Rey de aquellos que, por seducción del error o por espíritu de discordia, viven separados de Vos; devolvedlos al puerto de la verdad y a la unidad de la fe para que en breve se forme un solo rebaño bajo un solo Pastor.
Sed Rey de los que permanecen todavía envueltos en las tinieblas de la idolatría; dignaos atraerlos a todos a la luz de vuestro reino.
Conceded, ¡oh Señor!, incolumidad y libertad segura a vuestra Iglesia; otorgad a todos los pueblos la tranquilidad en el orden;haced que del uno al otro confín de la tierra no resuene sino ésta voz: ¡Alabado sea el Corazón divino, causa de nuestra salud! A Él se entonen cánticos de honor y de gloria por los siglos de los siglos. Amén.
sábado, 3 de noviembre de 2012
EVANGELIO DOMINGO 4 DE NOVIEMBRE. DOMINGO XXXI (B) DEL TIEMPO ORDINARIO
Texto del Evangelio (Mc 12,28-34): En aquel tiempo, se acercó a Jesús uno
de los escribas y le preguntó: «¿Cuál es el primero de todos los
mandamientos?». Jesús le contestó: «El primero es: ‘Escucha, Israel: El Señor,
nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón,
con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas’. El segundo es:
‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. No existe otro mandamiento mayor que
éstos».
Le dijo el escriba: «Muy bien, Maestro; tienes razón al decir
que Él es único y que no hay otro fuera de Él, y amarle con todo el corazón,
con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a si
mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios». Y Jesús, viendo que le
había contestado con sensatez, le dijo: «No estás lejos del Reino de Dios». Y
nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas.
Comentario: Rev. D. Ramón CLAVERÍA Adiego (Embún,
Huesca, España)
¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?
Hoy,
está muy de moda hablar del amor a los hermanos, de justicia cristiana, etc.
Pero apenas se habla del amor a Dios.
Por
eso tenemos que fijarnos en esa respuesta que Jesús da al letrado, quien, con
la mejor intención del mundo le dice: «¿Cuál es el primero de todos los
mandamientos?» (Mc 12,29), lo cual no era de extrañar, pues entre tantas leyes
y normas, los judíos buscaban establecer un principio que unificara todas las
formulaciones de la voluntad de Dios.
Jesús responde con una sencilla oración que, aún hoy, los judíos recitan varias veces al día, y llevan escrita encima: «Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas» (Mc 12,29-30). Es decir, Jesús nos recuerda que, en primer lugar, hay que proclamar la primacía del amor a Dios como tarea fundamental del hombre; y esto es lógico y justo, porque Dios nos ha amado primero.
Jesús responde con una sencilla oración que, aún hoy, los judíos recitan varias veces al día, y llevan escrita encima: «Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas» (Mc 12,29-30). Es decir, Jesús nos recuerda que, en primer lugar, hay que proclamar la primacía del amor a Dios como tarea fundamental del hombre; y esto es lógico y justo, porque Dios nos ha amado primero.
Sin
embargo, Jesús no se contenta con recordarnos este mandamiento primordial y
básico, sino que añade también que hay que amar al prójimo como a uno mismo. Y
es que, como dice el Papa Benedicto XVI, «amor a Dios y amor al prójimo son
inseparables, son un único mandamiento. Pero ambos viven del amor que viene de
Dios, que nos ha amado primero».
Pero un aspecto que no se comenta es que Jesús nos manda que amemos al prójimo como a uno mismo, ni más que a uno mismo, ni menos tampoco; de lo que hemos de deducir, que nos manda también que nos amemos a nosotros mismos, pues al fin y al cabo, somos igualmente obra de las manos de Dios y criaturas suyas, amadas por Él.
Pero un aspecto que no se comenta es que Jesús nos manda que amemos al prójimo como a uno mismo, ni más que a uno mismo, ni menos tampoco; de lo que hemos de deducir, que nos manda también que nos amemos a nosotros mismos, pues al fin y al cabo, somos igualmente obra de las manos de Dios y criaturas suyas, amadas por Él.
Si
tenemos, pues, como regla de vida el doble mandamiento del amor a Dios y a los
hermanos, Jesús nos dirá: «No estás lejos del Reino de Dios» (Mc 12,34). Y si
vivimos este ideal, haremos de la tierra un ensayo general del cielo.
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