jueves, 21 de febrero de 2013

CARTA DEL ARZOBISPO DE SEVILLA. LA CUARESMA DEL AÑO DE LA FE.


Domingo, 17 de febrero de 2013

Queridos hermanos y hermanas:

Con la bendición e imposición de la ceniza comenzábamos el pasado miércoles el tiempo santo de Cuaresma. La invitación a la oración, el ayuno y la limosna, que nos hacía la liturgia de ese día, nos indica el camino a seguir en este tiempo fuerte del año litúrgico, en el que todos estamos llamados a la conversión, que nos prepara para celebrar el Misterio Pascual, centro de la fe y de la vida de la Iglesia.

La participación en el triunfo de Cristo sobre el pecado y la muerte, que actualizaremos litúrgicamente en la Vigilia Pascual, exige ciertamente un “pueblo bien dispuesto” (Lc 1,17), a través de la meditación más asidua de la Palabra de Dios, la penitencia, el dominio de nuestras pasiones y la práctica de la caridad.

Iniciamos la Cuaresma del Año de la fe. En el precioso mensaje para este tiempo santo, que el Papa nos ha dirigido, reflexiona sobre la relación entre fe y caridad, entre creer en Dios y el amor que nos lleva a la entrega a Dios y a los demás. Nos recuerda el Papa que la fe es en primer término la adhesión personal a las verdades que Dios nos ha revelado y la Iglesia nos enseña; pero es además la respuesta del hombre al amor gratuito y «apasionado» que Dios tiene por nosotros y que se manifiesta plenamente en Jesucristo. Por ello, la fe compromete al entendimiento, pero también al corazón, la voluntad y el sentimiento.

Muy consciente de la profundidad de la crisis económica en el llamado primer mundo, que en el tercer mundo es una situación crónica y mucho más lacerante, el Papa titula su Mensaje con estas palabras: Creer en la caridad suscita caridad. «Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4,16). En este Año de la Fe, nos invita a vivir la Cuaresma desde la caridad. Nos dice que la fe, que es encuentro con Dios en Jesucristo, debe suscitar en nosotros el amor y la apertura al otro, ya que la fe actúa por la caridad. El cristiano –nos dice el Papa- es una persona conquistada por el amor de Cristo y movido por este amor debe abrirse de modo profundo y concreto al amor al prójimo, pues “la caridad de Cristo nos apremia” (2 Co 5,14). Esta actitud nace ante todo de la conciencia de que el Señor nos ama, nos perdona, incluso nos sirve, se inclina a lavar los pies de los apóstoles y se entrega a sí mismo por nosotros en la Cruz. Dios, pues, es amor y nosotros los cristianos, con admiración e infinita gratitud, hemos de acoger ese amor que nos precede y nos reclama, siendo para nuestros hermanos epifanía del amor de Dios. Sólo así nuestra fe llegará verdaderamente “a actuar por la caridad” (Ga 5,6).

Afirma el Papa en su Mensaje que no podemos separar u oponer fe y caridad. Ambas virtudes teologales están íntimamente unidas. La existencia cristiana consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que derivan de la comunión con el Señor, para servir a nuestros hermanos, paliando sus carencias e incontables sufrimientos, sin olvidar que la obra de caridad más grande es la evangelización, que es la promoción más alta e integral de la persona humana.

Una fe sin obras es como un árbol sin frutos. Fe y caridad son virtudes que se necesitan recíprocamente. La Cuaresma nos invita cada año al ayuno, la mortificación, la penitencia y la limosna. Nos invita también, y mucho más en este año, a alimentar la fe a través de la oración más intensa y prolongada, la escucha atenta de la Palabra de Dios y la participación en los sacramentos, para convertirnos, crecer en caridad, en amor a Dios y a nuestros hermanos que sufren las consecuencias terribles de la crisis económica. Que como el Buen Samaritano, nos bajemos de nuestra cabalgadura para curar y vendar sus heridas, tan sangrantes y tan dolientes, compartiendo con ellos nuestros bienes.

En la praxis penitencial de la antigüedad cristiana, la Cuaresma era un tiempo propicio para la renovación de la fraternidad, la reconciliación, el perdón de las mutuas ofensas, y también para compartir con los pobres el producto del ayuno. En la coyuntura que estamos viviendo, fruto de la crisis económica, hemos de redescubrir y promover esta práctica penitencial de la primitiva Iglesia. Por ello, pido a las comunidades cristianas de la Archidiócesis que, junto a las prácticas cuaresmales tradicionales, intensifiquen el ayuno personal y comunitario, destinando a los pobres, a través de nuestras Cáritas, aquellas cantidades que gracias al ayuno se puedan recoger. De este modo nos prepararemos a celebrar fructuosamente los acontecimientos redentores, la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo,

Deseándoos una Cuaresma verdaderamente santa, para todos mi saludo fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

CAMBIAR YO PARA QUE CAMBIE EL MUNDO


Queridos amigos, en la reflexión de la semana pasada os exhortaba a vivir con intensidad la cuaresma, una cuaresma que ha de llevarnos a la pascua, a vivir intensamente el misterio de la resurrección del Señor. La cuaresma no es meta, es camino, no tendría sentido la cuaresma sin la fiesta y el gozo de la pascua. La cuaresma ha de llevarnos a cambiar en nosotros esas cosas que hacen que sufran los demás y que incluso hacen que nosotros suframos. Es curioso observar como siempre queremos que cambien los demás, me sorprendo a veces diciendo “si cambiase mi amigo, o mi hermana, o la gente, o mi madre, o…”, pero pocas veces me digo

“¡ si cambiase yo!”. Hay un cuento que leo con frecuencia y que me gustaría compartir con vosotros:

"De joven yo era un revolucionario y mi oración consistía en decir a Dios: 'Señor, dame fuerzas para cambiar el mundo'.

A medida que fui haciéndome adulto y caí en la cuenta de que me había pasado media vida sin haber logrado cambiar a una sola alma, transformé mi oración y comencé a decir: 'Señor, dame la gracia de transformar a cuantos entran en contacto conmigo. Aunque sólo sea a mi familia y a mis amigos. Con eso me doy por satisfecho'.

Ahora, que soy un viejo y tengo los días contados, he empezado a comprender lo estúpido que he sido. Mi única oración es la siguiente: 'Señor, dame la gracia de cambiarme a mi mismo'. Si yo hubiera orado de este modo desde el principio, no habría malgastado mi vida."

Decía Benedicto XVI que la originalidad del mensaje cristiano no consiste directamente en la afirmación de la necesidad de un cambio de estructuras, sino en la insistencia de la conversión del hombre, que exige luego este cambio. No tendremos una sociedad nueva, con nuevas y renovadas estructuras hasta que no seamos capaces de ir cambiando nuestras pequeñeces, nuestras miserias, nuestros apegos, nuestras incoherencias. El mundo cambiará cuando yo sea capaz de ir cambiando. Os invito a que miremos fijamente a Jesús y le preguntemos ¿ Señor qué deseas que cambie de mí?

Termino mi reflexión de esta semana con esta oración que me ayuda a meditar:

“Señor, quiero convertirme para que el centro de mi vida sea Tú, sólo Tú, mi Dios y Señor. Dame fuerzas para olvidarme de mis cosas y pensar menos en mí.

Señor quiero ocuparme sólo de Ti y extender tu Reino a los demás.

Señor, quiero dejar de lado mi vida y mis intereses egoístas para interesarme por Ti y servir en lo que pueda a los demás.

Señor, conviérteme a tu Palabra, a tu presencia. Así dejarán de sonar vacías mis palabras, mis trabajos y mis realizaciones.

Señor quiero convertirme más a ti, dejar mis caminos y mis juicios humanos y empezar a caminar por tus Caminos.

Señor, quiero convertirme día a día, más a Ti en los pequeños detalles que constituyen mi trabajo diario.

Señor, quiero convertirme. Yo solo no puedo. Tanto lo he intentado y siempre vuelvo a quedarme encerrado en mí.

Señor, quiero convertirme. Sal a mi encuentro, alienta mi esfuerzo, acoge mis pasos vacilantes.

Señor, ayúdame a empezar cada día, sin desanimarme por la debilidad de ayer. Hoy es un día nuevo, sin estrenar y quiero convertirme a Tí.

Señor, ayúdame a convertirme. Que sienta en mi corazón tu Espíritu como una luz que ilumina mi camino hacia Ti y que me impulsa con el calor de su amor.

Señor, conviérteme. Sé Tú mi descanso, mi sueño, mi amanecer de cada día, amén”



Buena semana a todos y, como siempre, gracias por estar ahí. No tengáis miedo.



Adrián Sanabria. Vicario Episcopal para la Nueva Evangelización.

El Año de la Fe "es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo" (Porta Fidei, 6). Se inicia el 11 de octubre de 2012 y terminará el 24 de noviembre de 2013. El 11 de octubre coinciden dos aniversarios: el 50 aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II y el 20 aniversario de la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica. La clausura, el 24 de noviembre, será la solemnidad de Cristo Rey.











martes, 12 de febrero de 2013

REFLEXIONES SOBRE LA FE







REFLEXIONES SOBRE LA FE
Febrero de 2013
Dios Padre y Creador (II)
            “Creemos que Dios creó el mundo según su sabiduría.  Éste no es un producto de una necesidad cualquiera, de un destino ciego o del azar. Creemos que procede de la voluntad libre de Dios que ha querido hacer partícipes a las criaturas de su ser, de su sabiduría, de su bondad” (Catecismo, n. 295).
“Dios es infinitamente más grande que todas sus obras: “Su majestad es más alta que los cielos” (Sal 8, 2), “su grandeza no tiene medida” (Sal 145, 3). Pero, porque es el Creador soberano y libre, causa primera de todo lo que existe, está presente en lo más íntimo de sus criaturas: “En Él vivimos, nos movemos y somos” (Hch 17, 28)” (Catecismo, 300).
            Nosotros podemos con toda verdad hacer nuestras las palabras del Salmista: “Tus manos me han formado. Tú me has pensado, me has creado y querido” (Sal 119, 73).
            Esta grandeza creadora paternal de Dios y su transcendencia, a la vez que su cercanía, quedan muy bien reflejadas en la parábola del hijo pródigo, con que Nuestro Señor Jesucristo quiso introducirnos en el misterio inefable del infinito amor de Dios Padre.
            En el hijo pródigo estamos reflejados todos los seres humanos. Nos apropiamos de  los dones que nos regala Dios, al concedernos la vida; al hacernos partícipes de los sacramentos, en los que se nos da Él mismo; y malgastamos desaprovechando la riqueza recibida, gastando nuestra vida en obras inútiles y malas, que dejan un gran vacío en el alma.
            Dios espera que regresemos a Él; que nunca se borre de nuestra conciencia la luz clara de su Paternidad. El hijo pródigo, antes de decidirse a regresar a la casa de su padre, sintió, quizá, miedo por la reacción que su padre le podría mostrar. Un cierto castigo era lógico, pero siguió adelante.
            La confianza prevaleció en su corazón. “De mi padre no me puede venir nada malo”, pensó, quizá, y siguió adelante en el camino de regreso. El corazón de su padre, al verlo llegar, se conmovió y lo recibió con los brazos abiertos. Así es Dios Padre; nos libera del pecado cuando le pedimos perdón, y nos acoge como solo un Padre amoroso sabe acoger a un hijo.         
            Ante este Dios Padre y Creador, que nos da la vida, nos perdona y nos abre las puertas de su corazón y de su vida,  puede surgir una pregunta que muchos hombres se hacen, y al no encontrar la respuesta adecuada, tienen la tentación de alejarse de Dios y de cerrarse en sí mismos.
            “Si Dios Padre Todopoderoso, Creador del mundo ordenado y bueno, tiene cuidado de sus criaturas, ¿por qué existe el mal? A esta respuesta tan apremiante como inevitable, tan dolorosa como misteriosa no se puede dar una respuesta simple. El conjunto de la fe cristiana constituye la respuesta a esta pregunta: la bondad de la creación, el drama del pecado, el amor paciente de Dios que sale al encuentro del hombre con sus Alianzas, con la Encarnación redentora de su Hijo, con el don del Espíritu , con la congregación de la Iglesia, con la fuerza de los sacramentos, con la llamada a una vida bienaventurada que las criaturas son invitadas a aceptar libremente, pero a la cual, también libremente, por un misterio terrible, pueden negarse o  rechazar. No hay un rasgo del mensaje cristiano que no sea en parte una respuesta a la cuestión del mal” (Catecismo, 209).
            El misterio del mal, al que tantos papas, tantos santos, tantos doctores de la Iglesia se han referido en sus escritos y en sus predicaciones, sólo se comprende si lo unimos al mal que sufrió Nuestro Señor Jesucristo. Viviendo con Cristo todos los males, desgracias, injusticias que nos pueden sobrevenir y que hemos de padecer, nos daremos cuenta de que ningún sufrimiento se pierde, ningún dolor es inútil, porque todos se convierten en Redención. Cristo vive con nosotros nuestros sufrimientos; y nosotros vivimos con Él su Resurrección. Y así alcanzar la vida eterna, el Cielo, sin mal alguno. Y en el Cielo, descubriremos y gozaremos del Amor Paternal y Misericordioso de Dios.
            “Dios es nuestro Padre, porque Él es nuestro Creador. Cada uno de nosotros, cada hombre y cada mujer, somos un milagro de Dios, querido por Él, y conocidos personalmente por Él (…) Dios es nuestro Padre, para Él no somos seres anónimos o impersonales, sino que tenemos un nombre (…) Cada uno de nosotros puede expresar, con esta hermosa imagen, la relación personal con Dios: “Tus manos me han formado. Tú me has pensado, me has creado y querido” (Benedicto XVI, 23-V-2012).
* * * * * *
Cuestionario

  • Cuando vamos al Sacramento de la Reconciliación y pedimos perdón por nuestros pecados, ¿pensamos alguna vez en la alegría de Dios Padre al darnos su perdón; al acogernos de nuevo en su corazón?
  • ¿Somos conscientes de que la vida eterna consiste en “conocer a Dios Padre, a su Hijo Único, Jesucristo, que Él ha enviado a la tierra?
  • ¿Damos gracias a Dios por habernos creado, por habernos regalado el don de la vida, que hace posible que le conozcamos y que le amemos?

TURNO DE VELA