lunes, 24 de diciembre de 2012
domingo, 16 de diciembre de 2012
APROVECHA EL ADVIENTO
La Navidad está a la vuelta de la esquina, los escaparates, las calles
alumbradas, el montaje de los nacimientos en nuestras casas, el sonar de las
panderetas, el cántico de los villancicos, el frío… nos recuerdan que el
misterio de Dios hecho niño podremos celebrarlo un año más.
Pero sin duda, algo que nos va introduciendo poco a poco en la
Navidad es el precioso tiempo litúrgico en el que nos encontramos: el adviento,
éste puede suponer para nosotros un revitalizar nuestra fe y preparar el camino
al Señor que viene. El adviento, decía Benedicto XVI en su homilía del primer
domingo de adviento, puede ser un buen momento para mirar nuestra fe.
Nunca ha sido bueno que haya personas que dirijan su mirada
en una sola dirección. Si miran sólo hacia el pasado, se quedan en la simple
nostalgia; si lo hacen exclusivamente hacia el presente, olvidan sus raíces y
se quedan sin fundamento. Si les preocupa sólo el futuro, difícilmente podrán
esperar sin apoyos de ahora o de antes. La grandeza del Adviento está en que
hace mirar en las tres direcciones.
Recordar el pasado: Celebrar y contemplar el nacimiento de Jesús en Belén. El Señor
ya vino y nació en Belén. Esta fue su venida en la carne, lleno de humildad y
pobreza. Vino como uno de nosotros, hombre entre los hombres. Esta fue su
primera venida.
Vivir el presente: Se trata de vivir en el presente de nuestra vida diaria la
"presencia de Jesucristo" en nosotros y, por nosotros, en el mundo.
Vivir siempre vigilantes, caminando por los caminos del Señor, en la justicia y
en el amor.
Preparar el futuro: Se trata de prepararnos para la segunda venida de Jesucristo en
la "majestad de su gloria". Entonces vendrá como Señor y como Juez de
todas las naciones. Esperamos su venida gloriosa que nos traerá la salvación y
la vida eterna sin sufrimientos.
Hay una serie de actitudes que deberíamos cuidar y potenciar en
adviento y que, en los días que nos quedan hasta la noche buena, deberíamos
trabajarnos intensamente, paso a presentaros:
La esperanza: Tal vez sea la palabra que más resuena en este tiempo.
Esperamos la venida del Señor, y esperamos que su salvación se realice en
nosotros y en nuestro mundo. Lo sabemos, desde luego, que esta esperanza no se
realizará definitivamente hasta que llegue el Reino de Dios para siempre, al
término de todo, en la vida eterna. Y
sabemos también que nuestro camino en este mundo está orientado y
encaminado hasta este momento último, plan, cuando Dios reunirá a sus hijos
e hijas
en su cielo hasta este momento último, pleno, cuando Dios reunirá a sus hijos
e hijas en su cielo nuevo, donde ya no habrá dolor ni penas ni tristezas.
Preparar el camino del Señor: es como la
consigna de este tiempo, la llamada que hacía Juan Bautista allí junto al río
Jordán, a todos aquellos que se le acercaban. El Señor viene, y la salvación es
obra suya, no nuestra. Pero sería una hipocresía decir que le esperamos si, al
mismo tiempo, no trabajásemos para que empezara a hacerse realidad aquello que
esperamos. Si anhelamos un mundo en que reinen la bondad, la justicia y el
amor, un mundo en el que no haya enfrentamientos ni lágrimas, un mundo en el
que Dios llene los corazones, tenemos que convertir nuestros corazones y
tenemos que hacer lo que esté en nuestras manos para que nuestra vidas y
nuestro mundo se acerquen cada vez más al proyecto de Dios. Para ese
preparar el camino sería oportuno acercarnos al sacramento de la
reconciliación, pararnos más en el sagrario, meditar la Palabra de Dios,
visitar a algún enfermo…
La alegría: San Pablo lo
decía así: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. El
Señor está cerca. Nada os preocupe, sino que, en toda ocasión, presentad a Dios
vuestras peticiones en la oración y súplica con acción de gracias”.
Y el gran ejemplo de esta alegría lo tenemos en María, la Madre de
Dios. Basta verla en la visita a su prima Isabel: el Hijo que Ella lleva en sus
entrañas es la mayor alegría, nuestra alegría. Porque nosotros, como María,
también creemos en Dios y en todo lo que él ha prometido. No una alegría de
anuncio o una alegría por la falta de problemas,… una alegría de saber que
estando junto a Dios nada es imposible.
La oración: Siempre hay
que rezar, todo el año. Pero el Adviento es como una especial invitación a
levantar el corazón a Dios: para acercarnos más a él, para desear su venida,
para poner ante la debilidad de nuestra condición humana, para reconocer que
sin él no podríamos hacer nada, para compartir con él la vida que hemos vivido
y descubrir su presencia amorosa, para compartir con él la alegrías y las
ilusiones a través de las cuales él se manifiesta y nos estimula, para mirar a
nuestro mundo y presentarle nuestros deseos y nuestro trabajo por una vida más
digna para todos… y sobre todo, para que nos entre muy adentro la alegría de su
presencia salvadora.
La paciencia: El Adviento
es una invitación a trabajar sin desfallecer, aunque las cosas no salgan como
quisiéramos. Lo dice la carta a Santiago, que leemos en uno de los domingos de
este tiempo: “Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. El labrador
aguarda paciente el fruto valioso de la tierra mientras recibe la lluvia
temprana y tardía. Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque
la venida del Señor está cerca”. Tener paciencia, y mantenerse firmes, todo a
la vez, hasta que venga el Señor.
Haz silencio. Entra en tu interior y prepárate para la
celebración, dentro de muy poco, del nacimiento del Señor.
Feliz semana a todos.
Adrián Sanabria. Vicario Episcopal para la
Nueva Evangelización
TEMA DE REFLEXION PARA EL MES DE DICIEMBRE
El sacramento del Matrimonio.-(III)-
Y no sólo en el plano de la creación. Es
muy oportuno tener presente la grandeza del sacramento del matrimonio y la
importante acción redentora y santificadora de la gracia, que tiene lugar en el
matrimonio-sacramento.
Comprendemos
mejor ahora estas palabras que resumen lo que hemos dicho hasta aquí: El
matrimonio es “acción divina, obra de Dios. Puesto que el sacramento del
matrimonio es una entrada de Dios en la vida. Impulsa a una vida divina. Según
el ritmo de la encarnación, esta vida divina se desarrolla por y en las
condiciones naturales de la unión de los esposos; pero lo natural queda
transfigurado por la acción y la presencia divinas. Acción y presencia tienen,
por lo demás, el mismo sentido cuando se trata de Dios, porque Dios es acción”
(J. Leclercq, ibídem.,
p.77).
La realidad
sacramental del matrimonio, al transformar la unión natural en una fuente de la
Gracia divina, convierte el matrimonio en un campo de acción de Dios y, por
consiguiente, en un instrumento de santidad como son todos los sacramentos.
Jose
María Escrivá ha entendido muy bien esta consecuencia de la realidad
sacramental del matrimonio. Entre otros textos, ha dejado escrito:
“El
matrimonio no es, para un cristiano, una simple institución social, ni mucho
menos un remedio para las debilidades humanas: es una auténtica vocación
sobrenatural (...), signo sagrado que santifica, acción de Jesús, que invade el
alma de los que se casan y les invita a seguirle, transformando toda la vida
matrimonial en un andar divino en la tierra” (Es Cristo que pasa, n.
23).
¿Qué
significa aceptar esta sacramentalidad, el hecho de que Dios interviene en el
matrimonio? Que el matrimonio no es una realidad que se resuelve y se
configura exclusivamente entre un hombre y una mujer. El matrimonio se
fundamenta en el consentimiento libre del hombre y de la mujer para vivir esa
unión; y a la vez, al dar ese consentimiento, los esposos saben que se
encuentran ante una realidad que ellos no han establecido en todos sus
pormenores: han aceptado unas condiciones –unidad, indisolubilidad, apertura a
la vida- que Dios señala, y las reciben conscientes y sabedores de que es lo
mejor y lo más adecuado para el bien, y la plena realización de la unión que se
disponen a instaurar y a vivir.
Y
significa también que en un verdadero matrimonio se pueden solucionar los
problemas de convivencia y de entendimiento que surjan entre los cónyuges.
“Si
Dios está presente en la familia y se experimenta su cercanía en la oración, la
vida en la familia se hace más feliz y adquiere una dimensión mayor” (Benedicto
XVI).
Dios quiere unir al hombre y a la mujer en su obra creadora, redentora y santificadora. Con la realidad natural del matrimonio, el hombre y la mujer se unen a la obra creadora; con realidad sacramental Dios vincula a la mujer y al hombre a la acción redentora; y como siempre, la redención y la santificación van unidas, el matrimonio se convierte en camino de santidad.
Dios quiere unir al hombre y a la mujer en su obra creadora, redentora y santificadora. Con la realidad natural del matrimonio, el hombre y la mujer se unen a la obra creadora; con realidad sacramental Dios vincula a la mujer y al hombre a la acción redentora; y como siempre, la redención y la santificación van unidas, el matrimonio se convierte en camino de santidad.
Para vivir
esta realidad sobrenatural sacramental del matrimonio, la Iglesia presenta
delante del hombre, de la mujer, el compromiso de amor, de verdadero amor, que
acepta al vincularse con su esposa, con su esposo. Un compromiso abierto al
futuro, abierto al horizonte de toda su vida, como queda patente en las
palabras con las que los novios pueden manifestar su consentimiento.
En el
ceremonial del matrimonio la Iglesia ruega, en la Bendición Nupcial, la
asistencia del Espíritu Santo para que ese amor, que está en el origen del
matrimonio, permanezca y se acreciente:
“Oh
Dios, que unes la mujer al varón y otorgas a esa unión, establecida desde el
principio, la única bendición que no fue abolida ni por la pena del pecado
original, ni por el castigo del diluvio. Mira con bondad a estos hijos tuyos
que, unidos en Matrimonio, piden ser fortalecidos con tu bendición: Envía sobre
ellos la gracia del Espíritu Santo, para que tu amor, derramado en sus
corazones, los haga permanecer fieles en la alianza conyugal”.
* * * * *
Todos
los esposos cristianos han de recordar a lo largo de su vida esta realidad
sacramental, religiosa, de su matrimonio. Cada uno de ellos adquiere sí, un
vínculo con el otro; y a la vez, se establece una unión con Dios. Dios se
compromete a dar todas las gracias que los esposos necesitan para ser fieles y
felices en el matrimonio.
Dios
Padre, Hijo y Espíritu Santo está vinculado con cada Matrimonio Sacramento.
*
* * * * *
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EL RETO DE LA NAVIDAD
Si de verdad deseamos la
felicidad a nuestros prójimos –a los familiares, amigos y cercanos, a los que
pasan a nuestro lado en las encrucijadas de la vida... ¡a todos!–, no podremos
por menos que ayudarles a encontrar de nuevo al Niño Jesús que nace en Belén,
al Emmanuel, el Dios con nosotros. Ayudarles con nuestra oración, con nuestro
ejemplo, con nuestra cercanía en todas sus situaciones de necesidad corporal y
espiritual. Mostrarles la bondad de Jesucristo, nuestro Salvador: ¡he ahí el
reto de la Navidad para nosotros los cristianos!
La infelicidad que asola
a tantos de nuestros contemporáneos, jóvenes y mayores, en las más variadas
formas de desolación moral y espiritual, de disgustos y dramas familiares, de
rupturas e infidelidades matrimoniales, de pérdidas del puesto de trabajo, de
fracasos profesionales, de orfandad y dolor..., sólo se combate eficazmente con
la conversión al Dios que ha salido a nuestro encuentro, ya en Belén, cuando
nace en la humildad de nuestra carne y en la sencilla pobreza del lugar y del
pesebre. Es más, con la búsqueda del tú a tú con Él, en el sacramento de la
Penitencia, la infelicidad soterrada o abierta se torna en felicidad honda e
imperecedera.
Cardenal Arzobispo de Madrid
jueves, 6 de diciembre de 2012
FIESTA DE LA INMACULADA CONCEPCION DE MARIA. 8 DE DICIEMBRE
Diciembre 8: Día de la Inmaculada Concepción.
Ella, desde el momento en que fue concebida por sus padres, por gracia y
privilegios únicos que Dios le concedió, fue preservada de toda mancha del
pecado original.
En nuestra sociedad, la pureza tiene dos valores opuestos. Mientras la
droga más pura es la más cara y todos buscan el detergente que deje la ropa más
blanca, muy pocos se preocupan de mantener su alma y su vida pura, de cara a la
vida eterna. Incluso, quienes se confiesan seguido son a veces criticados, y se
les califica despectivamente de "mochos". La Virgen María nos invita
a vivir este ideal de pureza, aunque para ello tengamos que ir "contra
corriente."
Historia.
El 8 de diciembre de 1854, el Papa Pío IX, promulgó un documento llamado "Ineffabilis Deus" en el que estableció que el alma de María, en el momento en que fue creada e infundida, estaba adornada con la gracia santificante.
Historia.
El 8 de diciembre de 1854, el Papa Pío IX, promulgó un documento llamado "Ineffabilis Deus" en el que estableció que el alma de María, en el momento en que fue creada e infundida, estaba adornada con la gracia santificante.
Desde entonces, esta es de las verdades que los católicos creemos, aunque a
veces, no entendamos. Es lo que se llama Dogma o artículo de fe.
La Virgen María fue "dotada por Dios con dones a la medida de su
misión tan importante" (Lumen Gentium). El ángel Gabriel pudo saludar a
María como "llena de gracia" porque ella estaba
totalmente llena de la Gracia de Dios.
Dios la bendijo con toda clase de bendiciones espirituales, más que a
ninguna otra persona creada. Ella es "redimida de la manera más sublime en
atención a los méritos de su Hijo". (LG, n. 53)
La devoción a la Inmaculada Concepción es uno de los aspectos más
difundidos de la devoción mariana. Tanto en Europa como en América se adoptó a
la Inmaculada Concepción como patrona de muchos lugares.
María tiene un lugar muy especial dentro de la Iglesia por ser la Madre de
Jesús. Sólo a Ella Dios le concedió el privilegio de haber sido preservada del
pecado original, como un regalo especial para la mujer que sería la Madre de
Jesús y madre Nuestra.
Con esto, hay que entender que Dios nos regala también a cada uno de
nosotros las gracias necesarias y suficientes para cumplir con la misión que
nos ha encomendado y así seguir el camino al Cielo, fieles a su Iglesia
Católica.
Podemos aprender que es muy importante para nosotros recibir el Bautismo,
que sí nacimos con la mancha del pecado original. Al bautizarnos, recibimos la
gracia santificante que borra de nuestra alma el pecado original. Además, nos
hacemos hijos de Dios y miembros de la Iglesia. Al recibir este sacramento,
podemos recibir los demás.
Para conservar limpia de pecado nuestra alma podemos acudir al Sacramento
de la Confesión y de la Eucaristía, donde encontramos a Dios vivo.
Hay quienes dicen que María fue una mujer como cualquier otra y niegan su
Inmaculada Concepción. Dicen que esto no pudo haber sido posible, que todos
nacimos con pecado original. En el Catecismo de la Iglesia Católica podemos
leer acerca de la Inmaculada Concepción de María en los números 490 al 493.
El alma de María fue preservada de toda mancha del pecado original, desde
el momento de su concepción.
María siempre estuvo llena de Dios para poder cumplir con la misión que
Dios tenía para Ella.
Con el Sacramento del Bautismo se nos borra el pecado original.
Dios regala a cada uno de nosotros las gracias necesarias y suficientes,
para que podamos cumplir con la misión que nos ha encomendado.
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